sábado, 17 de marzo de 2012

¡Decido no decidir!


German Retana


"¡Recuerden que el que duda nunca gana!". Varias veces  escuché esas palabras a un director técnico al instar a sus jugadores a tomarse su tiempo para decidir jugadas, pero que luego actuaran con total determinación. ¿Sucede lo mismo en las empresas o, incluso, en su vida personal?

Le agradezco, desde Panamá, su decisión de leer esta columna semanal 

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¡Decido no decidir!

Había dos monasterios, uno a cada ribera de un río. Un perro, solía esperar el sonido de las campanas que le anunciaban cuando había comida para él y corría hacia ese monasterio. En una ocasión, se encontraba nadando en medio del río y las campanas de ambos conventos empezaron a sonar alternativamente. El perro nadaba hacia un lado y luego hacia el otro, devolviéndose reiteradamente según el sonido de las campanas, pero sin decidirse por ninguno. Al poco tiempo, sus fuerzas flaquearon, la corriente lo arrastró y murió ahogado. 

La duda es el principio de la sabiduría, decía Aristóteles. Ella conduce a la búsqueda de la verdad, al avance de las ciencias y al progreso de las organizaciones. Es una manifestación de los seres pensantes, críticos e innovadores. Solo quien no sabe nada está eximido de dudar. Paradójicamente, a mayor inteligencia mayores cuestionamientos, incertidumbres y titubeos, porque las mentes se vuelven insaciables en la búsqueda de la verdad.

El problema se inicia cuando la duda se convierte en el hábito de no tomar decisiones, en un velero sin puerto. Allí se encuentra la fuente de problemas complejos que pudieron haberse quedado pequeños, más crecieron porque algunos actores imaginaron que otros debían resolverlos o que el tiempo les exoneraría de esa responsabilidad. La duda se disipa si hay certeza total; no obstante, esperar que eso suceda paraliza una organización y la condena a vivir en una cultura de indecisión.

Al igual que el perro de la popular anécdota oriental, una organización puede caer en la trampa de atender  señales diferentes; pero en algún momento tendrá que tomar decisiones y marcar su rumbo. Si sus líderes no lo hacen, terminarán decepcionando a quienes requieren acciones concretas, determinaciones valientes, fijación de metas claras y apego a reglas del juego que norman la sana convivencia. Trabajar en una cultura de desmedida indecisión y ambigüedad, equivale a estar en medio del río; es desgastante y estimula un divorcio emocional que podría llegar, incluso, a colocar la organización en una situación de crisis. Dudar vale más que pensar, dijo Voltaire; pero anclarse en la duda es renunciar a los máximos ideales. ¿Posee su equipo un adecuado balance entre dudar y decidir?

La indecisión puede perpetuar injusticias, exterminar el pensamiento crítico y enajenar la buena voluntad de los miembros de una organización que podrían haber deseado ser proactivos, pero toparon con la realidad: "¡Aquí es peligroso pensar!"

El mismo Voltaire advierte: "La vacilación es el más vehemente indicio de la debilidad de carácter". Tomar decisiones sin información completa tiene riesgos; pero no tomarlas puede ser un riesgo mayor. Por eso la nociva actitud de "decidir no tomar una decisión" no es una opción viable en personas con propósitos elevados por alcanzar, como es su caso, ¿cierto?
 

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