jueves, 19 de abril de 2012

ABC DEL POPULISMO

Reflexiones sobre un concepto y su uso

ABC del populismo

Por Cas Mudde

La Universidad de Princeton, bajo la dirección del profesor Jan-Werner Müller, organizó un seminario sobre el populismo con algunos de los mayores expertos en la materia. Rescatamos estas tres ponencias, editadas para la revista, que discuten entre sí una definición de populismo y sus diversos avatares históricos.
En el campo de las humanidades hay muchos conceptos disputados, pero pocos se discuten en tantos niveles diferentes como el de populismo. Los estudiosos ni siquiera se ponen de acuerdo en torno a la esencia del concepto, es decir, qué tipo de cosa es. Algunos hablan del populismo como de una ideología; para otros, es un movimiento, una estrategia, un estilo... No es sorprendente que varios estudiosos rechacen totalmente el concepto. Pero, tras ese debate, existe un consenso sobre dos elementos que pueden ayudar a explicar en parte la supervivencia del concepto: (1) el populismo trata sobre todo del pueblo, el populus (singular) o populi (plural); (2) el populismo está estrechamente relacionado con la democracia (de masas).

Definir el populismo
Existe una auténtica plétora de definiciones de populismo en las distintas disciplinas de las humanidades. Aunque no es sorprendente que los economistas definan populismo de una manera muy distinta, por ejemplo, a los criminólogos, al igual que los historiadores con respecto a los sociólogos, incluso dentro de las diferentes disciplinas académicas son frecuentes definiciones muy distintas. En la ciencia política, el populismo suele definirse como estrategia política, estilo o ideología.
En la primera de esas tradiciones, la definición más influyente es la de Kurt Weyland, que entiende el populismo como “una estrategia política a través de la cual un líder personalista busca o ejerce el poder gubernamental a partir del apoyo directo, inmediato y no institucionalizado de grandes cantidades de seguidores generalmente no organizados”.[1] El principal problema con las definiciones de populismo como estrategia política es que depende mucho de las regiones. Aunque puede definir la mayor parte de los fenómenos que normalmente se consideran populistas en América Latina, no es el caso de América del Norte o de Europa. Si el populismo norteamericano encontró muchas de sus expresiones más relevantes en movimientos sin líderes, desde el histórico movimiento populista al actual Tea Party, en Europa el populismo se expresa de forma especialmente notable dentro de partidos políticos más o menos establecidos.[2] En resumen, esta definición es demasiado limitada.
Las definiciones de populismo como un estilo particular de comunicación política son populares en la academia y en los medios. El populismo se define sobre todo como un estilo comunicativo específico, excesivamente emocional y simplista, que busca complacer al “hombre común” usando su lenguaje.[3] Si la definición estratégica es demasiado estrecha, la definición estilística resulta demasiado amplia. Complacer al “pueblo” haciendo demasiadas promesas y pronunciando eslóganes simplistas es sin duda válido para todos los fenómenos populistas, al menos en algunos momentos. Sin embargo, hay pocos líderes y organizaciones políticos que no usen ese estilo político, que se ha convertido en el estilo por antonomasia de los debates políticos modernos. Por ello, esta definición combina la ventaja de incluir todos los fenómenos populistas con la desventaja de no excluir a los que no son populistas.
En los últimos años, cada vez más politólogos han definido el populismo como una ideología o discurso. Aunque los detalles de las definiciones varían, casi todas comparten al menos dos componentes: (1) una oposición fundamental entre “el pueblo” y “la élite” y (2) el populismo está del lado del “pueblo”. Muchas definiciones destacan la importancia del “sentido común” o la “voluntad general” del pueblo, que vinculan explícita o implícitamente con una concepción rousseauniana de la democracia. En la línea del creciente consenso en este campo, propongo la siguiente definición de mínimos: “El populismo es una ideología de núcleo poroso, que considera que la sociedad está dividida en dos grupos homogéneos y antagónicos –‘el pueblo puro’ frente a ‘la élite corrupta’–, y que sostiene que la política debería ser una expresión de la volonté générale (voluntad general) del pueblo.”[4]
La principal virtud de esta definición es que incluye los fenómenos populistas más importantes que estudia la literatura sobre el tema, en diferentes regiones y períodos históricos, pero al mismo tiempo excluye muchos otros fenómenos políticos. Y, lo que es más importante, según esta definición el populismo se opone fundamentalmente al menos a dos elementos: el elitismo y el pluralismo. Por tanto, importantes ideologías políticas como el conservadurismo o el marxismo-leninismo quedan excluidas a causa de su elitismo, mientras que ideologías como la democracia cristiana o la socialdemocracia son excluidas por su apoyo esencial al pluralismo político.
Sin embargo, esta definición presenta al menos un problema importante: cómo establecer si el populismo es un rasgo ideológico y no simplemente una estratagema política destinada a obtener el apoyo de las masas. En otras palabras, ¿los populistas creen de verdad en su propio populismo? Es un problema importante y no resulta fácil resolverlo, ya que no podemos entrar en las mentes de los populistas ni en el círculo interno de los movimientos y partidos populistas. No obstante, no es un problema exclusivo del populismo: a menudo se ha detectado en el caso del nacionalismo (por ejemplo, en debates sobre el ex primer ministro eslovaco Vladimír Mečiar o el difunto Slobodan Milošević, presidente de la antigua Yugoslavia). Y si tenemos en cuenta las muchas concesiones que realizan los políticos profesionales, especialmente en democracias basadas en el consenso, el problema de establecer la frontera entre ideología y estrategia parece relevante para virtualmente cualquier ideología existente.

Una concisa visión general de los fenómenos populistas
La principal virtud de las definiciones de mínimos es que tienen un máximo alcance (extension), pero esta amplitud se produce a expensas de la profundidad (intension).[5] La definición del populismo que se ha presentado aquí es válida para prácticamente todos los fenómenos populistas importantes que estudia la literatura sobre el tema, independientemente de áreas geográficas y períodos históricos. Al mismo tiempo, excluye muchos agentes políticos importantes, como el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, el Partido Conservador británico, el movimiento pacifista europeo, el Congreso Nacional Indio, el movimiento antiapartheid en Sudáfrica o el Partido Demócrata en Estados Unidos.
Los primeros dos movimientos populistas de la historia identificados en la mayor parte de los estudios son los narodniki rusos y los populistas estadounidenses. Estos dos grupos, mayoritariamente carentes de líderes, emergieron en la segunda mitad del siglo XIX, y definían su lucha populista en los términos de unos campesinos puros enfrentados a una élite urbana corrupta. Pero mientras que los narodniki eran un pequeño grupo de intelectuales urbanos, que se fueron a vivir con los campesinos en atrasadas zonas rurales, los populistas estadounidenses eran campesinos locales, que se organizaban sobre todo de forma local y regional, sin una estructura fuerte o un líder poderoso.[6]
En América Latina, en cambio, el populismo siempre ha estado vinculado a líderes poderosos (y de sexo masculino), llamados caudillos, desde el presidente mexicano Lázaro Cárdenas y el presidente brasileño Getúlio Vargas en la década de 1930, pasando por el presidente argentino Juan Perón y el político peruano Víctor Haya de la Torre en los años setenta, hasta llegar a políticos contemporáneos como el presidente ecuatoriano Rafael Correa y el presidente venezolano Hugo Chávez. Aunque estos caudillos presentan grandes diferencias en sus políticas económicas, que varían desde el socialismo hasta el neoliberalismo, y han actuado tanto desde partidos recién formados y débiles como sobre la base de partidos fuertes y establecidos mucho tiempo atrás, todos comparten una ideología populista central que corresponde a la definición anterior.
Europa no tiene una larga tradición populista. A principios del siglo XX existieron algunos movimientos populistas agrarios en Europa oriental, pero la mayoría de ellos fueron conquistados o reprimidos por regímenes autoritarios antes de que cinco décadas de comunismo borrasen la mayor parte de su legado (con algunas excepciones notables, como Bulgaria, Hungría y Polonia).[7] Pese al impacto de la Revolución francesa, las élites dirigieron la mayor parte del proceso de democratización de Europa occidental, y la mayoría de los partidos políticos de la región fueron más elitistas que populistas durante la mayor parte del siglo XX: es el caso de la mayoría de los demócratas cristianos, socialdemócratas e incluso comunistas (exceptuando algunos pequeños partidos maoístas).
En la década de 1980 aparecieron nuevos partidos políticos, en parte como consecuencia de los nuevos movimientos sociales de los años setenta. Mientras que los partidos ecologistas usaban en ocasiones la retórica populista, nunca fue un rasgo ideológico central. En cambio, los primeros partidos de la derecha radical de la “tercera ola” eran bastante elitistas en su fase inicial, pero a mediados de los años ochenta se reinventaron y se presentaron como las más ruidosas y populares “voces del pueblo”.[8] Actualmente, los partidos populistas de la derecha radical –que combinan populismo, autoritarismo y xenofobia– están representados en aproximadamente la cuarta parte de los países europeos y son (de manera intermitente) actores políticos importantes en unos diez países.
Los primeros partidos entraron en los parlamentos de Europa occidental en los años ochenta –es el caso del Bloque Flamenco (VB) en Bélgica y el Frente Nacional (FN) en Francia–, pero hasta los años noventa no empezaron a romper su aislamiento político y a tener un peso considerable en la política europea. La Liga Norte (LN) en Italia fue la primera en entrar en el gobierno, en 1994, y el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) lo hizo en 2000. Además, formaciones como el Partido Popular Danés (DFP) y el Partido por la Libertad (PVV) en Holanda son partidos cruciales en los gobiernos en minoría de sus países.[9]
En la Europa poscomunista también han surgido partidos populistas de la derecha radical. Entre los pocos que obtuvieron buenos resultados en los años noventa se encontraban los republicanos checos (SPR-RSC) y el Partido de la Gran Rumania (PRM): ambos son (casi) insignificantes en la actualidad. Además, los turbulentos años noventa vieron la aparición de una hueste de idiosincrásicos partidos populistas (normalmente de vida breve) que se organizaban en torno a un líder dominante, como el Movimiento Popular de Letonia (con Joachim Siegerist), el Partido Popular X en Polonia (con Stanisław Tymiński) y el Movimiento por una Eslovaquia Democrática (con Vladimír Mečiar). En la actualidad el populismo adopta apariencias muy distintas en la región: desde el populismo de derecha radical de partidos como Jobbik en Hungría hasta el “populismo de centro” de Asuntos Públicos (VV) en la República Checa o el populismo de izquierda de Dirección (Smer) en Eslovaquia.
Y aunque la derecha radical es la representante de la política populista que obtiene mejores resultados en (la antigua) Europa occidental, no es la única.[10] Existen los llamados populistas neoliberales –entre los que destacan la (ahora difunta) Lista Pim Fortuyn (LPF) y Forza Italia(FI) del ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi–, populistas de izquierda como La Izquierda en Alemania, y un grupo creciente de partidos populistas idiosincrásicos como la Lista Dr. Martin en Austria o el Movimiento de Palikot en Polonia.
Algunas de las nuevas democracias de África y Asia también han visto un aumento de actores populistas.[11] Aunque la mayoría encajan en el modelo latinoamericano de líderes fuertes y partidos pequeños, especialmente el derrocado líder tailandés Thaksin Shinawatra, en otros casos los líderes populistas han llegado al poder al mando de partidos que no tenían tradición populista, como el expresidente coreano Roh Moo-hyun o el actual presidente sudafricano Jacob Zuma.
Finalmente, las crisis económicas de las últimas décadas han producido muchos movimientos populistas, especialmente en América Latina. Ahora que la crisis económica ha golpeado también a los países más ricos de Norteamérica y Europa occidental, la retórica y las protestas populistas se han vuelto todavía más comunes. En ningún lugar resulta más visible que en Estados Unidos, donde los principales movimientos de derecha y de izquierda son fundamentalmente populistas. Mientras que el Tea Party se pone del lado de los “estadounidenses corrientes” en su combate central contra el “corrupto Washington”, Occupy Wall Street defiende al (buen) 99% frente al (corrupto) 1% de Estados Unidos. Incluso los movimientos inicialmente favorables a la democracia que constituyen (constituían) la llamada primavera árabe expresan fuertes sentimientos populistas.

Populismo y democracia
Uno de los aspectos más discutidos del populismo, y sin duda la razón principal del gran interés que despierta el fenómeno, es su relación con la democracia. De nuevo, las opiniones sobre el asunto presentan marcadas diferencias. La mayoría de los estudiosos, especialmente en Europa, creen que el populismo es inherentemente antidemocrático. A menudo usan terminología psicológica y lo califican de “trastorno democrático”, “patología” de la democracia o “estilo paranoico en política”.[12] Sin embargo, algunos estudiosos, especialmente en Estados Unidos, creen que el populismo es totalmente democrático, incluso la forma última de la democracia. Esas diferencias de opinión son en parte resultado de la gran variedad de definiciones empleadas en el campo, y en parte de la falta de investigación empírica. Pese a todo el debate, la relación entre populismo y democracia es generalmente más formulada que investigada. No obstante, tanto en la teoría como en la práctica, esa relación es extremadamente ambigua y compleja.[13]
Teóricamente, el populismo no es antidemocrático; acepta la soberanía popular y el gobierno de la mayoría. Es, sin embargo, contrario a la democracia liberal: el hecho de que muchos autores empleen la palabra democracia para hablar de la democracia liberal puede explicar el predominio de las evaluaciones negativas del populismo.[14] El populismo es esencialmente contrario a la democracia liberal porque se opone al principio del pluralismo y a la práctica de la concesión. Es una ideología monista, que considera “el pueblo” y “la élite” algo homogéneo y carente de divisiones. Por eso, se opone fundamentalmente al pluralismo y percibe los derechos de las minorías como “intereses especiales” de “la élite” que (en un mundo que funciona como un juego de suma cero) se imponen a expensas del “pueblo”. Por eso, también rechaza la política de la concesión: cree que existe una voluntad general de (todo) el pueblo, y defiende que la política puede y debería beneficiar a todo el pueblo. Además, como se basa esencialmente en una divisoria moral, dentro del populismo las concesiones significan que “los puros” son manchados por “los corruptos”, lo que produce la corrupción de “los puros”.
En la práctica, los populistas han fortalecido el sistema democrático en su país (como Morales en Bolivia) y también lo han destruido (como Fujimori en Perú). En línea con la relación teórica, los populistas tienden a apoyar y fortalecer aspectos de la soberanía popular y el gobierno de la mayoría: por ejemplo incluyendo a grupos previamente excluidos o marginalizados y apoyando o empleando instrumentos políticos plebiscitarios como referendos o iniciativas populares.[15] Al mismo tiempo, tienden a tener dificultades a la hora de proteger a las minorías o de crear contrapesos a los poderes del ejecutivo: se acusa a esos contrapesos de socavar la voluntad de la mayoría (o “voluntad general”). Desde Berlusconi en Italia hasta Chávez en Venezuela, los populistas han atacado los tribunales cada vez que estos se oponían a sus medidas, reprochándoles ser voces de una élite corrupta y opuesta a la vox populi (la voz del pueblo): es decir, a los populistas. Pero, aunque pueden impulsar una extrema forma de gobierno de la mayoría organizado en torno a un ejecutivo dominante, pocas veces han buscado el fin de la democracia como tal (es decir, de la soberanía popular y el gobierno de la mayoría).

¿Una teoría del populismo?
No solo no existe ninguna teoría dominante del populismo, sino que poca gente ha intentando desarrollar una. El sociólogo austriaco Werner W. Ernst escribió un capítulo titulado “Hacia una teoría del populismo” en 1987, pero en realidad se trata más bien de un intento de llegar a una definición (más) clara del populismo.[16] Recientemente, un grupo de economistas desarrolló “una teoría política del populismo”. Sin embargo, puesto que definen el populismo como “la ejecución de medidas que reciben el apoyo de una parte significativa de la población, pero que en último término perjudican los intereses económicos de esa mayoría”,[17] su teoría carece claramente de la neutralidad académica y la precisión analítica necesarias para que resulte útil en cualquier estudio serio del populismo.
Ante las diferentes formas en las que el populismo encuentra expresión, incluso en similares regiones geográficas y períodos históricos, no creo que la búsqueda de una teoría aplicable a todos los populismos sea particularmente útil. Me temo que conduciría a teorías muy abstractas que son esencialmente triviales: por ejemplo, las distintas teorías de la modernización que sostienen que los procesos modernizadores (la globalización sería el último de ellos) dan lugar al populismo. En primer lugar, esa tesis es muy vaga. ¿Quiénes son los “perdedores de la modernización”? ¿Se les define en términos de una privación absoluta o relativa? En segundo lugar, la tesis está muy poco teorizada en sus formas actuales. ¿De qué manera el proceso abstracto de la globalización hace que un “perdedor” particular apoye a un actor populista específico? En tercer lugar, y de forma más grave, existen crecientes pruebas empíricas que muestran que –al menos en Europa– los “perdedores de la modernización” (como quiera que los definamos) no son el principal sostén de los partidos populistas.[18]
Por tanto, creo que el desarrollo de teorías de nivel medio sobre el populismo puede dar mejores frutos. En vez de explicar todos los populismos, sin tener en cuenta su contexto, las teorías deberían en primer lugar intentar explicar de forma adecuada ciertos tipos de populismo en regiones o períodos concretos (por ejemplo, el neoliberalismo latinoamericano a finales del siglo XX o la derecha populista radical de la Europa contemporánea). Después, los estudiosos del populismo pueden pasar a teorías de un tipo específico en distintas regiones y períodos (por ejemplo, una comparación entre el populismo de izquierda latinoamericano de los años setenta y el de comienzos del siglo XX), o de distintos tipos de populismo en la misma región o período (por ejemplo, el populismo del Tea Party y de Occupy Wall Street en los Estados Unidos contemporáneos).
Como el populismo va (casi) siempre acompañado de otros rasgos ideológicos (por ejemplo, agrarismo, nacionalismo, neoliberalismo), uno de los mayores desafíos de los estudios sobre el populismo es identificar la contribución específica del populismo a los fenómenos populistas. Por ejemplo, gran parte de la literatura sobre los partidos de la derecha radical populista considera la xenofobia un elemento intrínseco del populismo y, por tanto, explica el ascenso del populismo como una reacción a la inmigración de masas. Aunque esta explicación puede merecer algún crédito con respecto al populismo de la derecha radical en Europa occidental, no resulta muy adecuada para los muchos fenómenos populistas que se producen en otras partes del mundo, como en Latinoamérica, donde el populismo no va unido a la xenofobia, y donde la inmigración de masas no es un fenómeno o asunto importante.
¿Qué añade el populismo a los partidos de la derecha radical? ¿La oposición de esos partidos al pluralismo se debe a su populismo o a su xenofobia? Idealmente, seríamos capaces de comparar los partidos de la derecha radical con los partidos populistas de la derecha radical en un escenario similar. Sin embargo, en la actualidad, acaso como consecuencia de un “Zeitgeist populista”,[19] en Europa no hay partidos de la derecha radical que no sean populistas. Quizá resulte más prometedor establecer una comparación entre los líderes de la izquierda populista y la izquierda no populista en la América Latina contemporánea.[20] Dicho esto, la mayoría de los populistas de izquierda también se diferencian de los no populistas de izquierda en factores distintos al populismo.
En conclusión, los estudiosos del populismo deberían dedicar más atención a distinguir empíricamente los populismos que realmente existen de los rasgos ideológicos que los acompañan, e intentar aislar los aspectos específicos que el rasgo del populismo añade a los fenómenos más amplios. Eso exige, antes de nada, cuidadosos análisis empíricos de casos (comparativos) de estudio, basados en teorías más amplias, pero destinados a desarrollar (en el mejor de los casos) teorías de nivel medio que expliquen tipos concretos de populismo en escenarios geográficos o temporales específicos. ~

Traducción de Marianela Santoveña


[1] K. Weyland, “Clarifying a contested concept: populism in the study of Latin American politics”, Comparative Politics, vol. 34, núm. 1, octubre de 2001, p. 14.
[2] C. Mudde y C. Rovira Kaltwasser, “Political leadership and populism”, en P. ’t Hart y R. Rhodes (eds.), Oxford Handbook of Political Leadership, Oxford, Oxford University Press, en prensa.
[3] Véase, por ejemplo, H. Bergsdorf, “Rhetorik des Populismus am Beispiel rechtsextremer und rechtspopulistischer Parteien wie der ‘Republikaner’, der fpö und des ‘Front National’”, Zeitschrift für Parlamentsfragen, vol. 31, núm. 3, 2000; M. Canovan, “Trust the people! Populism and the two faces of democracy”, Political Studies, vol. 47, núm. 1, 1999, pp. 2-16.
[4] C. Mudde, “The populist Zeitgeist”, Government & Opposition, vol. 39, núm. 3, 2004, p. 541.
[5] G. Sartori, “Concept misformation in comparative politics”, American Political Science Review, vol. 64, núm. 4, 1970, pp. 1033-1053.
[6] Para estos y otros ejemplos “históricos” del populismo, véase G. Ionescu y E. Gellner (eds.), Populism: its meaning and national characteristics, New York, Macmillan, 1969.
[7] J. Held (ed.), Populism in Eastern Europe: Racism, nationalism and society, Boulder (Colorado), East European Monographs, 1996; C. Mudde, “In the name of the peasant, the proletariat, and the people: populisms in Eastern Europe”, East European Politics and Societies, vol. 14, núm. 2, 2001, pp. 33-53.
[8] H.-G. Betz, Radical right-wing populism in Western Europe, Basingstoke (Hampshire, Inglaterra), Macmillan, 1994; C. Mudde, Populist radical right parties in Europe, Cambridge, Cambridge University Press, 2007.
[9] Véase C. Mudde, “Who’s afraid of the European radical right?”, Dissent, otoño de 2011, pp. 7-11.
[10] T. Pauwels, “Explaining the success of neo-liberal populist parties: the case of Lijst Dedecker in Belgium”, Political Studies, vol. 58, núm. 5, 2010, pp. 1009-1029; L. March, Radical left parties in Europe, Londres, Routledge, 2012.
[11] Sobre Asia, véase K. Mizuno y P. Phongpaichit (eds.), Populism in Asia, Singapur, nus Press, 2009.
[12] Véanse, respectivamente, M. Plattner, “Populism, pluralism, and liberal democracy”, Journal of Democracy, vol. 21, núm. 1, 2010, pp. 81-92; P. Rosanvallon, Counter-Democracy: Politics in an age of distrust, Nueva York, Cambridge University Press, 2008; R. Hofstadter, “The paranoid style of politics”, Harper’s Magazine, noviembre de 1964, pp. 77-86.
[13] Véanse, en más detalle, C. Mudde y C. Rovira Kaltwasser (eds.),Populism in Europe and the Americas. Threat or corrective for democracy?, Cambridge, Cambridge University Press, 2012; C. Rovira Kaltwasser, “The ambivalence of populism: threat and corrective for democracy”, Democratization, en prensa.
[14] Véase, entre otros muchos ejemplos, K. Abts y S. Rummens, “Populism versus democracy”, Political Studies, vol. 55, núm. 2, 2010, pp. 405-424.
[15] Véase, en más detalle, C. Mudde y C. Rovira Kaltwasser, “Voices of the peoples: populism in Europe and Latin America compared”, Kellogg Institute Working Paper, 378, 2011.
[16] W. W. Ernst, “Zu einer Theorie des Populismus”, en A. Pelinka (ed.), Populismus in Österreich, Viena, junio de 1987, pp. 10-25.
[17] D. Acemoglu, G. Egorov y K. Sonin, “A political theory of populism”, mit Department of Economics Working Paper, 11-22, 2011.
[18] Véase, por ejemplo, T. Spier, Modernisierungsverlierer? Die Wählerschaft rechtspopulistischer Parteien in Westeuropa, Wiesbaden, vs Verlag, 2010.
[19] Mudde (nota 4).
[20] J. G. Castañeda, “Latin America’s Left Turn”, Foreign Affairs, vol. 85, núm. 3, 2006, pp. 28-43.

Fuente: Letras libres

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lunes, 16 de abril de 2012

VI CUMBRE DE LAS AMERICAS: ¿Capítulo final?

Un nuevo encuentro con muchos desencuentros.

Se ha realizado durante los días 14 y 15 de abril,  en Cartagena de las Indias, Colombia, la VI Cumbre de las Américas, denominada: “Conectando las Américas: Socios para la prosperidad” Estos encuentros auspiciados formalmente por la Organización de Estados Americanos, OEA, respondieron originalmente a una iniciativa que tomara el Presidente Clinton en diciembre de 1994, cuando se llevó a cabo la I Cumbre en Miami, Florida, USA. En ese momento la idea fundamental para USA fue auspiciar el AlCA, mediante Tratados de Libre Comercio que  pretendía acordar con los países de la región, en el marco del llamado “Consenso de Washington”

Posteriormente la II Cumbre se llevó a cabo en el mes de abril de 1998 en Santiago de Chile,   la III Cumbre también se realizó en el mes de abril de 2001 en Quebec, Canadá, la IV Cumbre igualmente se llevó a cabo en el mes de abril de 2005, en Mar del Plata, Argentina y la V Cumbre se realizó una vez mas en el mes de abril del 2009, en Trinidad y Tobago. Una Cumbre Extraordinaria fue realizada en el mes de enero de 2004 en Monterrey, México.

Esta vez a la cita se presentaron 30 Jefes de Estado o de Gobierno, con las ausencias del Presidente de Ecuador, Rafael Correa, quien planteó un boicot al encuentro, como protesta por la no invitación al gobierno cubano. Daniel Ortega, Presidente de Nicaragua, supuestamente se sumó a esa posición aunque no ha dado declaraciones por su ausencia. El Presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, alegó problemas de salud para no estar presente.

Por su parte, la Presidenta de Argentina, Cristina Kirchner, abandonó la reunión después de participar en la foto oficial sin dar declaraciones.  Se especula fue una forma de mostrar su descontento porque en el discurso inaugural de la Cumbre, el Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos no se refirió al tema de Las Malvinas y aunque  ese Tema nunca estuvo en la Agenda de la reunión, no sería incluido en consecuencia en la Declaración Final, la cual finalmente se obvió  por las discrepancias entre los gobiernos participantes. Tal vez la prisa de la Kirchner se debió a su interés por dar a conocer en su país la expropiación de la Transnacional petrolera española YPF, a la cual le ha obligado a venderle el 51 por ciento de las acciones. Esta  polémica decisión deberá encarar  una respuesta “adecuada”, según precisara el Ministro de Economía de España. Ese “follón” como lo denominan los españoles apenas comienza
Entre lo formal y lo real.

Según diera a conocer el Presidente de Uruguay José Mujica, sin precisar detalles, los participantes lograron consenso, léase unanimidad, en los cinco principales Temas Oficiales de la Agenda: Seguridad, Desastres Naturales y Medio Ambiente, Integración Física, Acceso a las Tecnologías, Pobreza e Iniquidad. Pero las discrepancias en los pasillos se presentaron y profundizaron sobre la  exclusión del gobierno cubano y la solicitud de Argentina de recibir apoyo en su reclamo sobre las islas Malvinas. Tampoco hubo un consenso sobre el tema de la lucha contra las drogas, aunque los participantes se comprometieron a continuar el diálogo para buscar la mejor forma de encontrar posibles soluciones, a un drama que golpea a todos los países de la región.

No solo en los pasillos y frente a los micrófonos se escucharon reclamos, el Presidente Santos en el discurso inaugural de la Cumbre expresó: “Es inaceptable que Cuba  siga ausente. Es un anacronismo”. Por su parte la Presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, fue muy precisa al cuestionar la política monetaria  expansionista de los países industrializados, la cual socava la competitividad de los países emergentes.

La Rousseff precisó con firmeza al concluir la Cumbre Empresarial, donde junto con el Presidente Santos y el Presidente Obama realizaron un “conversatorio” público:  “Queremos un trato de igual a igual”. La brasileña quien  se codea con los países denominados “grandes”,  ya había planteado sus discrepancias días antes al Presidente Barack Obama,  en una reunión con el mandatario en Washington. Más agresivamente el Canciller de Venezuela Nicolás Maduro dijo que Obama heredó de su antecesor George W  Bush, “la ignorancia, el cinismo y la perversión”. Suponemos que son “cualidades” alimentadas por el millón de barriles de petróleo que diariamente le envía Venezuela a un “enemigo”, del cual espera le cancele por ese petróleo, unos 80 mil millones de dólares este año. 

Por su parte los centroamericanos no lograron un consenso sobre el Tema de la lucha contra el narcotráfico. No fue tomada en cuenta la propuesta de despenalización, presentada en una reunión previa en Centroamérica por el Presidente de Guatemala Otto Pérez.

En este festival de desencuentros privados y públicos, el Presidente Barak Obama fue siempre genérico, tratando de no comprometerse, evitando polemizar. Minimizando las discrepancias afirmó que las mismas se remontan a “antes de mi nacimiento”. Agregó: “No vivimos en ese mundo hoy y tenemos muchas  oportunidades”. Respondiendo a Dilma Rousseff dijo: “Nunca he estado tan ilusionado para trabajar como socios iguales”. En cuanto al tema de Cuba no modificó su posición expresando: “recibiré con alegría a una Cuba libre en las próximas Cumbres. El gobierno cubano no ha dado pasos para la democratización”. Obviamente, en plena campaña electoral en su país, Obama no estaba en condiciones de asumir otra actitud, dada la firme posición asumida en ese Tema por sus adversarios del Partido Republicano.

Difusos los “resultados”.

El Presidente Santos había expresado antes del comienzo del encuentro que esta sería la “Cumbre de los resultados”, dando a entender que las otras no dieron resultados. Al finalizar el evento insistió en afirmar que aunque no hubo consenso en varios temas, se pudieron discutir y fue un paso positivo. Por supuesto, Santos es el mas interesado en demostrar que todo el esfuerzo realizado por su país, no se lo ha llevado la brisa del Mar Caribe que en las noches refresca la cálida temperatura de una ciudad, considerada por la UNESCO, “Patrimonio cultural de la humanidad”.

Pero las interrogantes no apuntan a lo sucedido ahora ni en el pasado, se refieren al futuro destino de esos encuentros. Los ocho países integrantes del ALBA dieron a conocer su posición de no participar en una próxima Cumbre si no está presente el Gobierno de Cuba, demandando del gobierno de USA, la suspensión del bloqueo económico a la isla.

Lo interesante de ese debate es que al gobierno cubano nunca le ha interesado participar en esos Encuentros, ni tiene voluntad para reintegrarse a la OEA, organismo que califica como el “Ministerio de las Colonias” de USA. Ahora conociendo las limitaciones internas de Obama para cambiar de actitud y agradeciendo las buenas gestiones de algunos amigos en la región, se deja querer, provocando tensiones entre los participantes al encuentro. 

Sin embargo, los gobiernos de Brasil, Argentina, México, Colombia y Chile se han pronunciado por mantener esos encuentros por considerarlos “útiles”. Hasta ahora su “utilidad” ha servido para no solo demostrar discrepancias con el “hermano mayor” del Norte, sino también las  discrepancias entre nuestros países.

Es evidente que en esas reuniones ya no hay una hegemonía por parte de USA y su siempre fiel acompañante el gobierno de Canadá. Ahora surgen voces discrepantes dentro y fuera, expresadas por gobiernos teóricamente hostiles como el de Venezuela, pero también por gobiernos que son sus aliados estratégicos como el de Colombia.  Hay un mejor espacio para la discusión, obligando a un mayor respeto por parte de un Imperio que en los últimos años ha aplicado una política de “bajo perfil” ante una región que no considera conflictiva.

No es sorpresa constatar el poco espacio que los medios en USA dedicaron  a la VI Cumbre de las Américas. Tampoco en Europa tuvo mayor repercusión, pese a que ahora América Latina es en el marco de un mundo en crisis, un continente con una tasa importante de crecimiento, aunque no necesariamente implique desarrollo.

Hay que esperar como se desarrolla la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, CELAC, organismo que debe responder a los intereses de los países ubicados al sur del Río Grande. Ese esfuerzo de verdadera integración nos ubicaría en una mejor posición para discutir en igualdad y  respeto frente a USA y el resto del mundo.

Veremos.......

AUTOR:   carlosmoris@cantv.net -Venezuela, abril 2012.

Países integrantes de la Alianza Bolivariana para las Américas, ALBA: Venezuela, Cuba, Ecuador, Nicaragua,  Bolivia, Dominica, Trinidad Tobago, Sant Vicent y las Granadillas.
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martes, 3 de abril de 2012

Un remezon intelectual liberal al liberalismo

Una nota liberal contra el liberalismo

Marzo 2012 |

La imaginación de los políticos vuela tan alto como los cocodrilos.
Hay que agradecer a Enrique Krauze y Javier Sicilia el ejemplo de una discusión en el nivel de las ideas.

Krauze ha escrito un libro de gran calado: Redentores. Sicilia no solo explica su importancia, sino que cuestiona su punto de partida liberal. Magnífico: nada mejor que el liberalismo cuestione su fundamento. Su crítica me recuerda la más importante hecha a Una teoría de la justicia de Rawls por Robert Nozick: la cuestión fundamental no es la forma de concebir la justicia en el estado, sino si debe existir el estado –en tanto que su conformación misma implica una injusticia.
El espíritu anarquista está presente como bajo continuo en una buena parte de la izquierda liberal, verde y cristiana sin que parezca un tema central, aunque lo es. Ni el cuestionamiento ni el rechazo del estado pueden hacerlo desaparecer, pero pueden y deben mantenerlo bajo escrutinio y azuzar la imaginación práctica. Y eso han hecho Krauze, el historiador que interroga a doce redentores, y Sicilia, el poeta que sueña en sociedades justas. Deshilachando el liberalismo, todos los hilos cuelgan de una misma alcayata: limitar el poder.
Dice Sicilia que

ese liberalismo, que se expresa a través del nosotros democrático, tiene un doble fondo que oculta una forma totalitaria disfrazada de libertad. En primer lugar [...] la búsqueda de instalar al individuo dentro de un plan y un programa, no son solo el fruto de los Estados totalitarios, sino también, y antes, el producto de la situación objetiva de la técnica y del mercado que están en el fondo de la sociedad liberal y que, bajo el peso de la producción, el consumo, la publicidad y la manipulación ideológica de la técnica, han ido destruyendo el esqueleto espiritual y moral del hombre.

Pero, históricamente, el liberalismo ha sido todo lo contrario: el intento de limitar el poder político, sujetándolo al derecho (primero y fundante) de las personas físicas. Los liberalismos latinoamericanos han fallado porque consideran al estado como la primera persona: la que otorga los derechos individuales. Es un liberalismo secuestrado jurídicamente y, por tanto, susceptible de caer en las fauces de ese segundo monstruo que perfila Sicilia: técnica, mercado, producción, consumo, publicidad, manipulación del estado y las grandes corporaciones. Pero esto no es el liberalismo, sino su traición.
Puede haber sociedades sin estado –como han mostrado Pierre Clastres en términos políticos y Marshall Sahlins en términos económicos–, pero la idea de un estado sin sociedad es un disparate. El principio original, básico, de los derechos humanos (el que invoca Antígona contra la ley) no puede residir en la abstracción de las instituciones sino en la concreción humana. Y es eso lo más emocionante del movimiento encabezado por Sicilia: no es corporación, ni militancia, ni gremio, sino una manifestación de personas físicas que han sufrido crímenes desatendidos o cometidos por las autoridades.
Es verdad que de las tripas de las sociedades liberales, cuando no han sabido frenar la voluntad de dominio, han surgido monstruos totalitarios. Es un peligro. Pero no hay que confundir las libertades con su perversión. Los liberalismos pueden parir tiranos; otros sistemas los producen necesariamente.
Sicilia señala, con razón, que el liberalismo superficial transforma el juego democrático en abuso y opresión. Y, de hecho, concuerda con la crítica que ha venido haciendo Krauze. Mientras nuestra constitución política –como todas las latinoamericanas– siga considerando que los derechos humanos no son anteriores al estado, sino concedidos por el estado, no podemos decir que es liberal; es un estatismo con maquillaje liberal.
El disgusto con los resultados de la democracia no solo es mexicano, ya se ve. Parece globalizarse una constante sensación de insuficiencia del estado democrático: no va a ningún lado. Se ha olvidado que esa es su función, porque la democracia no tiene un punto final o definitivo de arribo: es un recurso para avanzar.
El liberalismo es un principio (el de la libertad); la democracia, un recurso (el de la igualdad). Limitados e insuficientes, pero al menos permiten que la sustancia y valores de la vida política queden en manos de una sociedad libre, sin ser dictados desde arriba. Y esa es la labor de la relectura histórica de Krauze: no la propuesta de una ideología, ni el encandilamiento con una democracia o un liberalismo, sino el escudriñamiento de personas históricas y la advertencia ante el verdadero mal: el poder. En eso coinciden ambos.
Sin embargo, para que democracia y liberalismo adquieran sentido, para evitar la vacuidad en su funcionamiento, requerimos de algunas formas de la tecnología –que Sicilia detesta de modo muy particular y con razones poderosas. Sin embargo, propongo dos ejemplos de uso adecuado de la tecnología, uno antiguo y otro contemporáneo. Primero, el de las dos especies sagradas de la cristiandad: ni el pan ni el vino se dan en la naturaleza. Sus materias primas requieren trabajo y cuidado, y su elaboración, tecnología. Lo sabe Javier Sicilia, que también ha sido panadero.
El segundo lo hallo en el movimiento de Paz con Justicia y Dignidad, que fue comprendido, compartido, extendido por las vías de la tecnología sin perder su profunda raigambre humana. No solo eso: merced a la tecnología, mucha gente pudo redescubrir, en sí misma, una dimensión espiritual que tenía adormecida. La tecnología no es enemiga de la esencia humana; de hecho, la lengua y su escritura son tecnología también. El horror consiste en invertir los fines y los medios. La persona no es un medio de producción; la democracia no es un fin; el liberalismo no es una vía de salvación. Dice Sicilia:

La verdadera democracia, la democracia en su sentido real, no es el voto ni las elecciones libres –aunque la apoyen–, no es una cuestión de administraciones institucionales ni de arreglos entre ellas y sus consejos especializados llamados partidos, cámaras y secretarías, mucho menos el libre mercado o el asalto al poder de los redentores; no es, en suma, un sistema, “sino –dice Douglas Lummis– un proyecto histórico que la gente manifiesta luchando por él”. O mejor, una experiencia que repentinamente aparece, en medio del invierno que produce el Estado, “el más frío de los monstruos fríos”, dice Nietzsche, y las fracturas de la historia, como una breve primavera.

Es un despropósito suponer que el estado, organizado para el poder, se hará cargo, solito, de limitar su poder. Por eso, el liberalismo (la limitación del poder) requiere de recursos operativos que impidan la acumulación o la perpetuidad del poder. ¿Infalibles? Ni por asomo. Necesariamente mejorables, y siempre perfectibles. De hecho, podemos apostar oro y moro a que ni el liberalismo ni sus democracias serán, jamás, la utopía cumplida. Pero es política. Tampoco es sensato suponer que la felicidad humana podrá residir en esa constante tensión entre ciudadanos y estado que llamamos política. Por eso es mejor pensar que la sociedad –responsable de darse a sí misma proyecto, valores, leyes– puede quedar en posición de regular y dirigir la cosa pública. Eso requiere labor constante y reparaciones continuas: “primaveras”, las llama Sicilia, “momentos dichosos en los que la igualdad, la libertad y la fraternidad se realizan en las fracturas del poder y de la historia” –esos momentos que derrumban malos gobiernos, pero fortalecen a las sociedades abiertas.
Celebro los acuerdos, pero quizás celebro más los disensos entre Krauze y Sicilia: de ellos seguirá una conversación que, sin llegar a conclusiones, deje el camino sembrado con ideas y hombres capaces de creer en el otro como prójimo. Y a nosotros, sus lectores, con una luz prendida sobre el fangal de las cosas públicas. ~

http://www.letraslibres.com/revista/letrillas/una-nota-liberal-contra-el-liberalismo?page=full
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