lunes, 7 de diciembre de 2009

DICTADURAS .....


Un repaso por tres tipos de dictaduras clásicas en América Latina.

El Dr. Fernando Mires, Profesor Catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Oldenburg en Alemanis nos hace un breve repaso histórico de los tipos de dictaduras prototipos que han estado presente en la historia republicana de América Latina. Para el estudioso y especialista en el tema existen :

1. La dictadura de tipo oligárquico post-colonial
2. La dictadura militar de Guerra Fría (o dictadura de seguridad nacional)
3. La dictadura militar nacional- populista y/o socialista- nacional..

Veamos:


"Suele suceder que para entender las venturas del presente sea cada cierto tiempo necesario –actitud que es válida tanto en las historias personales como en la nacionales- reubicar ese presente en contextos macro-históricos, de la misma manera que para entender la macro-historia hay que saber leer en los signos del día de hoy. Vivir el presente como historia y leer el pasado como presente, como recomendaba ese gran historiador que fue Ferdinand Braudel, ayuda a entender porque la filosofía ontológica sugiere que el pasado no sólo existe en el pasado (como algo cronológicamente superado) sino que acompaña e interfiere el presente de modo continuo y pertinaz. O dicho en una expresión más radical: vivimos a cuenta del pasado. Por una parte, el futuro porque es futuro, no ha sucedido, y el presente no es más que mediación entre un pasado que ya existió y el futuro que no conocemos, si es que no somos adivinos, brujos o marxistas. Disquisición no ociosa si pensamos que la América Latina de nuestros días está marcada no sólo por acontecimientos sino también por tantos traumas históricos.

Luego, si fuese necesario reconocer en un marco de reproducción ampliada las líneas fundamentales de la historia política latinoamericana, podríamos distinguir, entre otras menores que aparecen y desaparecen, tres de larga trayectoria y duración. Ellas son la línea dictatorial, la línea revolucionaria y la línea democrática. Esas, a las que llamaré: las tres dimensiones de la historia política del continente, como ocurre en toda realidad tridimensional, no se presentan de modo paralelo sino que cruzándose, uniéndose en algunos momentos, separándose en otros, y casi siempre, interfiriéndose entre sí en el curso de su tormentoso recorrido.

En el presente artículo –una parte de un breve ensayo que estoy preparando bajo el título “dictaduras, revoluciones y democracias”- me ocuparé sólo de la primera dimensión: la dictatorial.

1. La dimensión dictatorial puede ser llamada también militarista, pues no hay dictadura que no sea militar o que no se apoye en ejércitos. Una dictadura sin ejército es un contrasentido.

Triste es decirlo, pero la franja más ancha de la historia política de América Latina ha sido la de las dictaduras, o si se quiere plantear al revés: la de las luchas en contra de las dictaduras. Casi podría afirmarse que la dictadura fue en el pasado la “forma natural” de gobierno y esa es la gran diferencia que separa a la historia de la América del Norte de la de América del Sur. De tal modo que las luchas democráticas de la región han sido también en contra de su propio pasado, luchas que continúan hasta nuestros días en contra de esos persistentes proyectos militaristas que, como asegura el tango que cantaba Gardel, son algo así como un “encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida” (“Volver”)

Y bien; a lo largo de la historia latinoamericana es posible encontrar diversas formas de dictadura militar, formas que en cierto modo son correspondientes con determinadas fases del curso histórico latinoamericano.

Sin ninguna pretensión tipológica, y sólo para simplificar el marco de la exposición, podríamos distinguir tres formas predominantes –lo que no quiere decir que no existan otras de menor persistencia- de dominación dictatorial:

1. La dictadura de tipo oligárquico post-colonial
2. La dictadura militar de Guerra Fría (o dictadura de seguridad nacional) y
3. La dictadura militar nacional- populista y/o socialista- nacional.



2. Las dictaduras oligárquicas –salvo una u otra excepción- marcan toda la historia del siglo XlX. Esa fue, menos que herencia, el lastre recibido del periodo colonial.

Como consecuencias de las feroces guerras de la independencia, valientes y bárbaros generales ocuparon la silla del poder, y en la mayoría de los casos lo hicieron como representantes no sólo de los ejércitos sino de las no muy rancias aristocracias terratenientes desde donde provenían. Esas son, sin duda, “las venas ocultas” de las dictaduras latinoamericanas. De ahí que la mitología “bolivariana” que ensombrece nuestro presente no logra ocultar la nostalgia del estado-militarista del periodo post-colonial: utopía regresiva e inconfesa de tanto líder militar.

De esta manera, en la gran mayoría de las naciones de la región, el Estado surgió del ejército y la nación del Estado que en condiciones de guerra abierta y declarada no podía sino ser un Estado militar, o apoyado en militares. Así se explica que la primera revolución social de la era moderna, que fue la mexicana de 1910, tuvo lugar no en contra de un Estado “burgués” sino en contra de un Estado militar- oligárquico. El simbólico Porfirio Diaz, así como muchos de sus epígonos, gobernaba a su nación no como un Presidente, más bien como un patriarca, o lo que es igual, como un gran terrateniente cuya hacienda era el país, tradición que continuó, y nada menos que en nombre de la revolución, Venustiano Carranza (1917-1920).

Más allá de las ideologías, aquello que unía a la gran mayoría de los dictadores latinoamericanos hasta nuestros días, fue la alianza entre el ejército y los sectores predominantemente agrarios que ellos representaban en y desde el poder.

Los dictadores latinoamericanos del siglo XlX y primera mitad del XX fueron, casi sin excepción, agraristas. El antagonismo que percibió Domingo Faustino Sarmiento en la Argentina del tirano Juan Manuel de Rozas, a saber, el de civilización contra barbarie, puede desdoblarse en la contradicción que se ha dado entre agrarismo y civilidad urbana, contradicción que como ha destacado José Luis Romero en su siempre hermoso libro “Las Ciudades y las Ideas” marca a fuego la historia latinoamericana.

Sucesores del patriarcalismo agrario denunciado por Sarmiento fueron, entre muchos, Alfredo Stroessner en Paraguay (1954-1989) -quien continuó la tradición hiperdictatorial inaugurada por el legenario Doctor Francia- o el “bolivariano” Juan Vicente Gómez de Venezuela (1908-1935). Sobre esas dictaduras patriarcales existe, por lo demás, una abundante bibliografía, pero algunos geniales novelistas han captado su sentido más esencial, y eso ha sido así desde “El Señor Presidente” de Miguel Angel Asturias, “Yo, el Supremo” de Augusto Roa Bastos, “El Recurso del Método” de Alejo Carpentier, “El Otoño del Patriarca” de Gabriel García Márquez - cuyo personaje central se parece cada día más a Fidel Castro- hasta llegar a la “Fiesta del Chivo” de Mario Vargas Llosa. Algún día, un gran escritor escribirá una novela sobre Chávez, de eso no me cabe duda. Los novelistas han sido muchas veces los vengadores ocultos de la historia.

El siglo XX fue, al igual que el XlX, muy pródigo en la formación de gobiernos dictatoriales. No obstante, desde la segunda mitad del siglo, las dictaduras “clásicas” comienzan poco a poco a cambiar su carácter oligárquico del mismo modo que emerge un nuevo tipo de dictaduras que ya no son típicamente oligárquicas sino, de acuerdo al concepto que popularizó José Comblin, “dictaduras de seguridad nacional”.

2. En algunos casos, las dictaduras oligárquicas clásicas, sobre todo en América Central, agregaron a su naturaleza oligárquica originaria (Somoza, Trujillo) la función de la seguridad nacional anticomunista. Esa tendencia fue representada, por ejemplo, en el primer gobierno de Hugo Banzer en Bolivia (1971-1978) y en su forma más pura en la terrible pero breve dictadura de José Efraín Ríos Montt en Guatemala (1982-1983). En otros casos, sobre todo en el Cono Sur, apareció un nuevo tipo de dictaduras no esencialmente oligárquicas ni agraristas cuya función originaria fue detener “el avance del comunismo” en contra de frentes políticos sociales (Unidad Popular, Frente Amplio) que, de acuerdo a la doctrina kissengeriana, podían portar la posibilidad de una “segunda Cuba” que facilitara la entrada del imperio soviético en la región. Por esa razón tales dictaduras son también llamadas dictaduras de la Guerra Fría y dentro de ellas, las más emblemática fue la dictadura de Pinochet en Chile. Interesante es constatar que esas dictaduras –anticomunistas y modernizadoras a la vez- tuvieron lejanas precursoras en la Venezuela del “bolivariano” Marcos Pérez Jimenez (1952-1958) y en la Colombia de Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957). Es por eso que la mirada del historiador debe considerar que aquello que en determinadas ocasiones aparece como un hecho aislado, puede ser el anuncio de un nuevo contexto histórico, del mismo modo que la aparición de una estrella errante puede ser el anuncio de una constelación todavía no divisada.

Muy interesante es constatar que, a diferencia de las dictaduras patriarcales y agraristas, las dictaduras de “seguridad nacional” se hicieron co-partícipes de proyectos empresariales cuyo objetivo era modernizar las economías nacionales, abriendo las fronteras económicas en un plan que después fue bautizado como “neo- liberal”, plan destinado a reemplazar la llamada “sustitución de importaciones” (de origen desarrollista y “cepalino”) por un proyecto basado en la “diversificación de las exportaciones”.

Los intentos más serios de modernización agroexportadora tuvieron lugar en el Brasil dictatorial de los años sesenta y setenta. Baste recordar que sociólogos de inspiración marxista como Fernando Henrique Cardoso, llegaron a hablarnos durante esos tiempos de una revolución “burguesa” que ante la ausencia de una burguesía clásica debía ser realizada por una “burguesía en uniforme”. Ruy Mauro Marini –siguiendo los esquemas de André Günder Frank- fue más lejos que Cardoso al desarrollar la teoría del sub-imperialismo brasileño dirigido por un cuarto poder: el militar. En cualquier caso, el proyecto modernizador fue realizado hasta sus últimas y más radicales consecuencias durante la dictadura de Pinochet en Chile cuando comenzó a ponerse en práctica el plan “felino” de tipo asiático que hoy emprenden con energía países como Perú. No tanto éxito tuvieron los militares argentinos quienes se vieron enfrentados a corporaciones agrarias e industriales, incluso sindicales que no pudieron jamás domesticar.

Por último, cabe recordar que a diferencia de la versión “izquierdista” que asigna a estas dictaduras el simple papel de autómatas de los EE UU, ellas gozaron de una autonomía relativa que se expresó incluso en enfrentamientos políticos con los EE UU como ocurrió con la dictadura chilena durante el periodo Carter. Del mismo modo, no está de más recordar que la dictadura del general Videla recibió el apoyo económico y político de la URSS, documentado en textos de la Revista Internacional, donde se diferenciaba el “fascismo pinochetista” del “progresismo nacionalista” de los militares argentinos. La historia, en fin, es y será más compleja que la historiografía.

3. En un tercer lugar tenemos que referirnos a las dictaduras militares de tipo populista a las que en otras ocasiones he mencionado bajo el concepto de dictaduras nacionalistas- sociales (a fin de diferenciarlas del nacional- socialismo de tipo europeo). Al hacer esta referencia imagino que más de algún lector ha pensado inmediatamente en el gobierno militar de Hugo Chávez. Es por eso que es importante, antes que nada, destacar que el gobierno de Chávez está lejos de ser único en su especie.

En cierto modo, el gobierno militar chavista representa la cristalización de una tendencia que ha acompañado, de modo latente, después de modo manifiesto, la historia de la modernidad latinoamericana. O para decirlo de otro modo: así como la dictadura militar oligárquica corresponde a una alianza entre militares y sectores terratenientes; o así como la dictadura de seguridad nacional realizó en algunos países una alianza con un nuevo sector empresarial exportador, la dictadura militar populista conoce tres momentos. El primer momento se caracteriza por una alianza entre el ejército y masas urbanas y agrarias emergentes, alianza en la cual el Estado militar ocupa el lugar de la absoluta hegemonía. El segundo momento se caracteriza por la autonomización del Estado militar con respecto a las bases populares que le sirvieron de base. El tercer momento, que es el dictatorial propiamente tal, se caracteriza por la autonomización del caudillo y su camarilla con respecto al propio Ejército. Está de más decir que el gobierno de Chávez se encuentra viviendo ese tercer momento que, bajo ciertas condiciones, podría ser su momento terminal.

El gobierno militar de Chávez representa, en efecto, el entrecruce de dos líneas. Una es la línea populista, la otra es la militarista. Desde comienzos del siglo XX dichas líneas tendieron cada cierto tiempo a juntarse. Momentos efímeros fueron, por ejemplo, el primer gobierno militar- popular de Fulgencio Batista, que contó con la participación del Partido Comunista de Cuba (1940-1944). Dichos momentos aparentemente fortuitos emergieron después fugazmente en la guerra civil de la república Dominicana en torno al general Francisco Caamaño (1965) o en la Bolivia de Juan José Torres (1970-1971). Pero sin duda, los gobiernos que mejor anunciaron el momento chavista -si se quiere, los grandes profetas del mesianismo político de Chávez- fueron el de Juan Francisco Velasco Alvarado en Perú (1968-1975), el de Omar Torrijos en Panamá (1969-1981), y aunque parezca extraño, el de Alberto Fujimori (1990-2000), otra vez en Perú. En todos esos gobiernos -habría que agregar el de Manuel Antonio Noriega durante sus primeros tiempos (1983-1989) y el mal realizado proyecto de Lucio Gutiérrez en Ecuador (2002-2005)- se anunciaba la utopía de la dictadura militar populista que hoy está cristalizando en Venezuela y, en parte, en sus “satélites” del ALBA..

Extrañará tal vez que no ubique a la dictadura castrista como precursora del militarismo- populista. La verdad es que la dictadura castrista, quizás por su larguísima duración, es un caso especial de “camaleonismo tipológico”. Emergida de una revolución democrática (antidictatorial) pasó, gracias a su entrega al imperio soviético, a convertirse en la primera dictadura de tipo estalinista del continente. Después de la (auto) destrucción del imperio soviético, adquiere los rasgos típicos de una dictadura socialista-nacional. Eso no impide que Fidel Castro como gobernante mantenga muchos rasgos típicos de los dictadores patriarcales y agraristas del siglo XlX.

El “aporte” exclusivo chavista reside en haber unido el destino de su gobierno con la dictadura militar socialista-nacional de los hermanos Castro, dotar a su jefatura de un rudimentario sistema ideológico de dominación (castro-marxismo), utilizar un sistema electoral controlado desde el gobierno (dictadura híbrida, o electoralista), ejecutar “golpes desde el Estado” en las zonas que lo adversan, y formar un conglomerado internacional expansionista a través del ALBA, cuya hegemonía reside en el eje Habana-Caracas. Pero hay algo más todavía: el militarismo chavista –y esto es lo que lo diferencia de gobiernos dictatoriales del pasado reciente como el de Fujimori- ha intentado integrar bajo su hegemonía los residuos de la segunda dimensión de la historia política latinoamericana a la que hemos llamado, dimensión “revolucionaria”, dimensión que analizaremos en un próximo artículo y que no es sino la forma principal que paradójicamente adquiere la contrarevolución militarista y antidemocrática de nuestro tiempo."

Autor: Dr. Fernando Mires.
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Plan secreto para legitimar a Raul Castro


Segun el cronista Hubert Matus Araluce,quien vive en Costa Rica, detrás de los desmanes del presidente derrocado en Honduras se escondía un plan para la legitimación de Raul Castro En Cuba.

Señala el articulista:



"Un inesperado acontecimiento político en Honduras trajo a la superficie realidades ocultas y puso en relieve verdades convenientemente pasadas por alto. En Honduras el incipiente imperialismo brasileño sacó sus garras. Hugo Chávez demostró hasta dónde puede llegar. José Miguel Insulza hizo encallar a la OEA. La política latinoamericana mostró su incoherencia y hasta la paloma de Obama perdió algunas plumas. En Honduras naufragó el plan secreto para legitimar a Raúl Castro en Cuba.

Pocos en la región hubieran imaginado que detrás del presidente brasileño había otro personaje esperando su turno. Lula da Silva sorprendió con sus contradicciones. Reclamó con prepotencia el regreso de Zelaya a la presidencia para salvar la democracia en Honduras, mientras llenaba de abrazos y cordialidades a sus entrañables amigos, el dictador de Cuba y su hermano Raúl. Con similar deferencia es aliado de la teocracia iraní, que acaba de robar una elección reconocida como legítima por Lula da Silva. Irán es promotor del terrorismo internacional, su régimen reprimió con brutalidad a quienes protestaron por el robo de la elección y trató con increíble crueldad a quienes fueron arrestados. Lula no está por la democracia en Honduras ni por la tiranía en Cuba o en Irán. Lula está por lo que cree que le conviene a Brasil en su camino a la hegemonía regional. El imperialismo brasileño ya enseñó sus uñas; hispanoamericanos, tomemos nota.

A Hugo Chávez le faltó todo lo que le sobró a Micheletti. El venezolano demostró que con petrodólares no pueden comprarse ni inteligencia ni coraje. Con ambas cosas hay que nacer. La estrategia del castro-chavismo en Honduras fue primitiva, insolente y estúpida.

José Miguel Insulza demostró que no se pude servir a dos amos, el ALBA y la OEA. En una entrevista inmediatamente después de la expulsión de Zelaya, declaró a CNN que sobre el caso de Honduras lo único que podía hacer la OEA era una denuncia moral. Pero inmediatamente después de encontrarse en Managua con el cuate de Hugo Chávez, se lanzó como un miura contra la clase política hondureña. Con amenazas, prepotencia y promesas incumplidas, Insulza ha escrito una triste página en la historia del organismo regional.

Los sucesos en Honduras descarrilaron el plan secreto para legitimar el poder de Raúl Castro en Cuba, en el cual la diplomacia brasileña y la venezolana trabajaron intensamente. El objetivo era que Latinoamérica, con el respaldo del gobierno español, presentara a Obama un frente unido apoyando a Raúl Castro en Cuba, con el argumento de que una transición ya estaba en marcha y que requería de la dirección de Raúl para garantizar la estabilidad del proceso. Presionado por la comunidad internacional, pues España se haría cargo de convencer a la Unión Europea, el presidente estadounidense suspendería incondicionalmente el embargo. Como compensación, el capital estadounidense entraría en Cuba con inversiones que le permitirían una buena tajada de la economía cubana.

El primer paso consistía en el levantamiento de las sanciones a la dictadura castrista. Así sucedió por decisión unánime de las naciones latinoamericanas en Tegucigalpa a principios de junio. No fue un hecho aislado ni fortuito. Con toda intención, ni uno solo de los presidentes latinoamericanos mencionó la falta de un estado de derecho en Cuba. Con anterioridad presidentes latinoamericanos habían viajado a Cuba a saludar al convaleciente Fidel Castro y a su escogido sucesor Raúl. Persuadida por Brasil, Costa Rica había anunciado su decisión de restablecer relaciones diplomáticas con Cuba tres meses antes. Arias alegó la existencia de nuevas realidades. El Departamento de Estado en Washington no era ajeno ni se opuso a estas maniobras.

El Secretario General fue entrevistado por CNN inmediatamente después de que la OEA levantó las sanciones a la dictadura castrista, abriendo la puerta a un ingreso a la OEA por iniciativa de Raúl, después de la muerte de Fidel. En esa entrevista Insulza anunció eufórico que estaba seguro de que hasta el embargo estadounidense también se levantaría, e insinuó que, en el caso de Cuba, la OEA podría ser flexible en la interpretación de la Carta Democrática. Con toda razón, la Carta Democrática jamás se ha usado para defender la democracia en Venezuela. ¿Por qué aplicarla en Cuba?

Menos de 30 días después, Manuel Zelaya perdía la presidencia y la democracia se pondría inusitadamente de moda en la OEA y en la ONU. La presión de Hugo Chávez a Insulza fue decisiva. Nadie en este continente, ni fuera de él, quiso perder la ocasión de redimirse. Honduras les daba la oportunidad de lavarse el pecado de haber guardado un silencio cómplice, y en otros casos cobarde, ante el estrangulamiento de la democracia en Venezuela.

La consecuencia no calculada fue que, al resaltar la virginidad democrática de cada uno de los enemigos del “golpe de estado”, y al utilizar todo tipo de sanciones contra quienes sacaron a Zelaya del poder, convencidos de que podrían doblegar a Roberto Micheletti y su gobierno, el esquema para colar por la puerta de atrás al nuevo dictador castrista en la OEA se ha convertido en una tarea casi imposible. Después de Honduras y su aislamiento internacional, para ingresar en el organismo regional Raúl Castro tendría que hacer en Cuba elecciones debidamente supervisadas por todos sus miembros, incluyendo los Estados Unidos.

En Honduras ha triunfado el derecho del pueblo a escoger a su gobernante, que era en esta crisis lo prioritario, en lugar de encasquillarse amedrentando y humillando a la mayoría del pueblo y a sus representantes, culpándolos por errores y exigiéndoles acciones que ninguno de los actores internacionales exige a los Castro y a Hugo Chávez, transgresores brutales de los derechos humanos y la democracia en este continente. En Honduras los grandes perdedores han sido la hipocresía y la demagogia latinoamericana, y se descarriló el plan para legitimar el fraude raulista. La OEA ha sufrido una innecesaria pero merecida lección y la paloma de Obama tendrá que aprender a volar menos errática y con menos plumas."

Publicado por Huber Matos Araluce en 12:16 | Etiquetas: Honduras

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