En estos días el tema de política exterior mas álgido es-sin duda-la Yihad terrorista y los diversos criterios que genera. En esta pagina publicamos dos
artículos relacionados con el tema. El primero del Analista político libanes George Chaya ( en español) El segundo de dos científicos norteamericanos ( en ingles), Scott y Robert Axelrod
Lo interesante es que ambos se complementan ,toda vez que buscan rectificar decisiones erróneas en torno al Yihadismo Terrorista,el primero de parte de la Administracion Obama, el segundo de la Corte Suprema de Justicia de USA.
1.- Articulo de George Chaya
Revisionismo terminológico
Por George Chaya*
Diario de América /America’s Daily USA, 07/07/2010
http://www.georgechaya.info
http://diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=6126
La nueva Estrategia de Seguridad Nacional de la Administración estadounidense finalmente fue dada a conocer en su totalidad. Los asesores de la Casa Blanca en materia de lucha contra el terrorismo han declarado días pasados que la estrategia del Presidente Obama es muy clara en relación a la amenaza que EE.UU. enfrenta y anunciaron un proyecto puntual donde se indica que la administración no definirá a sus enemigos como “yihadistas o islamistas”, porque (según han argumentado) lingüísticamente Yihad es una palabra de santa connotación religiosa, un termino legítimo dentro del Islam, por lo que la utilización de un término religioso ofrecería una falsa percepción de que Al-Qaeda y sus aliados sean vistos como líderes religiosos y defensores de una causa santa, cuando en realidad, Ben Laden y los suyos no son más que criminales.
Lo cierto es que abandonando el uso de términos tales como “yihadistas” o “islamistas” en lo referente a la definición de la amenaza en su conjunto estratégico, la administración esta retrocediendo en la guerra de las ideas y se aleja de la estrategia de Defensa Nacional que la precedió, tanto como de aquellos hombres y mujeres que ofrendaron sus vidas y lucharon valientemente contra Al-Qaeda, el Taliban y otros grupos aliados al “Yihadismo Global”.
A mi juicio la premisa de la nueva doctrina de Seguridad Nacional en materia de identificación de la amenaza, como así también de los nombres adecuados a utilizar: es errónea de raíz. En primer lugar, porque lingüísticamente la palabra “Yihad” no se traduce como “Guerra Santa." En su esencia, “Yihad” significa “la purificación del creyente”. En segundo lugar, porque teológicamente se interpreta como “un llamado”, “un esfuerzo” para el creyente hecho en nombre de Allah, y ese llamado puede tener distintas formas, algunas de las cuales, sin lugar a dudas, podrían estar en el campo de batalla. Por ello, el gobierno de los EE.UU. no debería “caer en la trampa” de la disyuntiva en cuanto afirmar que la Yihad es legítima o ilegítima desde el punto de vista teológico. En su lugar, debería identificar hasta donde una determinada ideología definida como “Yihadista” por los propios islamistas, es o no una amenaza de radicalización dentro de sus fronteras. Otro inmenso error que se vislumbra, se produce cuando la administración demuestra escandalosamente no comprender que "Yihadismo" no es lo mismo que “Yihad”. El primer término, es claramente un concepto ideológico, mientras que el segundo es originalmente un concepto teológico pero “ideologizado” por los radicales. Por tanto, vincular al Yihadismo en la generalidad de la Yihad, es un error que vicia de nulidad cualquier desarrollo intelectual que se pretenda y solo generara una innecesaria polémica dentro de las comunidades islámicas estadounidenses que incluso, ofenderá a los musulmanes no adherentes al yihadismo.
Académicamente la estrategia de la administración también ha sido defectuosa desde los orígenes históricos en cuanto a la definición del término, puesto que el yihadismo como tal es un movimiento contemporáneo, aunque su ideología data de mas un siglo. Pero lo más importante es que ésta ideología le ha declarado la guerra a los EE.UU. desde hace dos décadas. Por tanto, cualquiera sea el debate sobre la “Yihad como ideología” o como “termino teológico”, no puede haber dudas de la existencia de los yihadistas y de la amenaza real que estos encarnan, ellos han demostrado de lo que son capaces como enemigos jurados de las democracias Occidentales, de los gobiernos árabes que no adhieren a sus ideas y de los EE.UU. mismos. Aun así, los asesores del presidente Obama prefieren eliminar de su vocabulario terminología como "extremismo islámista". Esto es un cambio significativo y relevante en la Estrategia de la Seguridad Nacional, cuya vigencia en la lucha contra el radicalismo viene desde los eventos del 9-11 y significa que la Administración Obama está diciéndonos que no hay tal cosa a la que denominar "radicalismo islámico" y que no se debe hablar de esa ideología como una amenaza para la seguridad nacional. Este es un tremendo error que solo puede tener sustento en el mas absoluto desconocimiento sobre la materia.
Lo concreto es que la prohibición de la terminología que refiere a una amenaza real, no sólo esta mal definida desde lo académico, también lo esta desde lo teológico. Ello es así en virtud de que el extremismo y la violencia son términos abstractos que designan ideologías, movimientos u organizaciones. Sin embargo, "descripción" no es "identificación", de allí que se puede decir que los nazis fueron extremistas, pero se debe identificar la amenaza antes de describirla y para ello hay que comprender la significancia, la barbarie y la esencia ideológica del nacional-socialismo alemán de los años ‘30.
Rechazar las generalizaciones contra las comunidades musulmanas esta bien y es lo correcto, pero eliminar la denominación del enemigo real será un desastre a niveles sin precedentes para la seguridad de los EE.UU. Académicamente, los términos “islamista y yihadista” no son descriptivos del Islam o de los musulmanes en su generalidad, contrario a ello, ambos términos describen a los sectores radicales que han decidido apropiarse del Islam. Si se deja sin efecto su uso estarán prestándose al juego de los yihadistas. En otras palabras, se estará vinculando a toda la comunidad musulmana en vez de separar a los seguidores de la violencia de la mayoría de los fieles que no adhiere al radicalismo extremo, y eso es exactamente lo que los yihadistas pretenden para erigirse en representantes de la comunidad toda.
La Administración Obama sostiene que la revisión de la terminología forma parte de un esfuerzo de la Casa Blanca para la apertura de conversaciones y acercamiento con las naciones musulmanas. A mi juicio, este es un argumento de inusitada pobreza intelectual que solo habrá de empeorar el debate y pondrá en peligro a los gobiernos amigos de EE.UU. en la región del Oriente Medio, puesto que en los medios de prensa de la mayoría de los países musulmanes precisamente utilizan esta terminología para definir y conceptuar a los radicales y extremistas, y ello es así desde el Magreb hasta Indonesia. ¿Por qué entonces los asesores de la Casa Blanca creen que tales palabras ofenderían a los musulmanes? Si con estos mismos términos definen al enemigo en el mundo árabe y musulmán, ¿Por qué los asesores de defensa pretenden quitarlos del debate dentro mismo de los EE.UU.?
La única respuesta posible, es que estas palabras serán vedadas a la opinión pública estadounidense y no porque que el mundo musulmán se sienta ofendido; sino porque hay una clara intención de bloquear a los ciudadanos norteamericanos en el uso de tales términos haciéndoles creer que las mismas palabras que muchos gobiernos árabes y musulmanes usan para identificar y aislar a los terroristas también les ofenden. Lo infortunado de la decisión, es que con este accionar, la administración sitúa a los EE.UU. de cara a una nueva y previsible catástrofe sobre sus intereses nacionales, un evento que nadie desea, pero que puede incluso superar lo acaecido el 9-11 y que no debería sorprendernos si ocurriera en el mediano plazo.
*George Chaya es autor de "La Yihad Global, el terrorismo del siglo XXI", publicado recientemente en idioma español por Widmills Edition en California USA. http://www.georgechaya.info/libros/
2.- WHY WE TALK TO TERRORISTS
Not all groups that the United States government classifies as terrorist organizations are equally bad or dangerous, and not all information conveyed to them that is based on political, academic or scientific expertise risks harming our national security. Unfortunately, the Supreme Court, which last week upheld a law banning the provision of “material support” to foreign terrorist groups, doesn’t seem to consider those facts relevant.
Many groups that were once widely considered terrorist organizations, including some that were on the State Department’s official list, have become our partners in pursuing peace and furthering democracy.
The African National Congress is now the democratically elected ruling party in South Africa, and of course Nelson Mandela is widely considered a great man of peace. The Provisional Irish Republican Army now preaches nonviolence and its longtime leader, Martin McGuinness, is Northern Ireland’s first deputy minister. Mahmoud Abbas and the Palestine Liberation Organization have become central players in Middle East peace negotiations.
In the case of each of these groups, there were American private citizens — clergymen, academics, scientists and others — who worked behind the scenes to end the violence.
The two of us are social scientists who study and interact with violent groups in order to find ways out of intractable conflicts. In the course of this work and in our discussions with decision makers in the Middle East and elsewhere we have seen how informal meetings and exchanges of knowledge have borne fruit. It’s not that religious, academic or scientific credentials automatically convey trust, but when combined with a personal commitment to peace, they often carry weight beyond mere opinion or desire.
So we find it disappointing that the Supreme Court, in Holder vs. Humanitarian Law Project, ruled that any “material support” of a foreign terrorist group, including talking to terrorists or the communication of expert knowledge and scientific information, helps lend “legitimacy” to the organization. Sometimes, undoubtedly, that is the case. But American law has to find a way to make a clear distinction between illegal material support and legal actions that involve talking with terrorists privately in the hopes of reducing global terrorism and promoting national security.
There are groups, like Al Qaeda, that will probably have to be fought to the end. The majority opinion of the Supreme Court reasonably conjectures that any help given such enemies, even in seemingly benign ways like instruction about how to enhance their human rights profile, could free up time and effort in pursuit of extremist violence.
Yet war and group violence are ever-present and their prevention requires America’s constant effort and innovation. Sometimes this means listening to and talking with our enemies and probing gray areas for ways forward to figure out who is truly a mortal foe and who just might become a friend.
It is important to realize that in a political struggle, leaders often wish they could communicate with the other side without their own supporters knowing. Thus the idea that all negotiation should be conducted in the open is simply not very practical. When there are no suitable “official” intermediaries, private citizens can fill the gap.
Conditions, of course, should be stringent — there must be trust on all sides that information is being conveyed accurately, and that it will be kept in confidence as long as needed. Accuracy requires both skill in listening and exploring, some degree of cultural understanding and, wherever possible, the intellectual distance that scientific data and research afford.
In our own work on groups categorized as terrorist organizations, we have detected significant differences in their attitudes and actions. For example, in our recent interactions with the leader of the Palestinian militant group Islamic Jihad Ramadan Shallah (which we immediately reported to the State Department, as he is on the F.B.I.’s “most wanted” list), we were faced with an adamant refusal to ever recognize Israel or move toward a two-state solution.
Yet when we talked to Khaled Meshal, the leader of Hamas (considered a terrorist group by the State Department), he said that his movement could imagine a two-state “peace” (he used the term “salaam,” not just the usual “hudna,” which signifies only an armistice).
In our time with Mr. Meshal’s group, we were also able to confirm something that Saudi and Israeli intelligence officers had told us: Hamas has fought to keep Al Qaeda out of its field of influence, and has no demonstrated interest in global jihad. Whether or not the differences among Al Qaeda, Islamic Jihad, Hamas and other violent groups are fundamental, rather than temporary or tactical, is something only further exploration will reveal. But to assume that it is invariably wrong to engage any of these groups is a grave mistake.
In our fieldwork with jihadist leaders, foot soldiers and their associates across Eurasia and North Africa, we have found huge variation in the political aspirations, desired ends and commitment to violence. And as one of us (Scott Atran) testified in March to the emerging-threats subgroup of the Senate Armed Services Committee, these differences can be used as leverage to win the cooperation of the next generation of militants, who otherwise will surely become our enemies.
It’s an uncomfortable truth, but direct interaction with terrorist groups is sometimes indispensable. And even if it turns out that negotiation gets us nowhere with a particular group, talking and listening can help us to better understand why the group wants to fight us, so that we may better fight it. Congress should clarify its counterterrorism laws with an understanding that hindering all informed interaction with terrorist groups will harm both our national security and the prospects for peace in the world’s seemingly intractable conflicts.
First published as an OpEd piece by The New York Times [6/30/2010], tomado de
Edge 321 — July 8, 2010 , THE THIRD CULTURE
WHY WE TALK TO TERRORISTS
By Scott Atran and Robert Axelrod
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