martes, 29 de septiembre de 2009

Ha llegado la hora de hacer frente a Chávez

 

Ha llegado la hora de hacer frente a Chávez


Jorge G. Castañeda, ex ministro de Relaciones Exteriores de México (2000-2003), es profesor distinguido mundial de Ciencia Política y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York




CIUDAD DE MÉXICO – A principios de septiembre, las mayores empresas de Colombia asombraron a todo el mundo con su apoyo incondicional al Presidente del país, Álvaro Uribe, en su conflicto cada vez más profundo con Venezuela. Si perdían el enorme mercado de exportación contiguo... pues sería mala suerte, simplemente.

Por primera vez, los exportadores colombianos de casi todo lo que Venezuela compra, desde papel higiénico hasta gasolina, fruta y hortalizas, leche y carne, dieron luz verde a su Presidente para que hiciera frente al Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en lugar de seguir ofreciendo la otra mejilla, como habían estado presionándolo para que lo hiciera en los ocho años transcurridos desde que Uribe ocupó su cargo por primera vez.

Venezuela había pasado a ser una magnífica oportunidad comercial para los exportadores colombianos, pues ya no produce prácticamente nada (exceptuado el petróleo), tiene un tipo de cambio oficial enormemente subvencionado y cuenta con enormes sumas de petrodólares con los que puede comprar todo lo imaginable. Mientras las autoridades de Colombia se veían obligadas a afrontar los frecuentes insultos de Chávez, sus intervenciones en los asuntos internos de Colombia, sus compras de armas en gran escala y sus rabietas diplomáticas, la comunidad comercial obtenía beneficios y presionaba al Gobierno para que llegara a avenencias. Hasta ahora, eso es lo que había hecho el Gobierno.

La vacilación de la comunidad comercial de Colombia ante la necesidad de hacer frente a Chávez podría resultar ser el último obstáculo que quedara y que Uribe, los Estados Unidos y unas cuantas democracias latinoamericanas hubieran de eliminar antes de hacer frente a Chávez. Hace mucho que deberían haberlo hecho.

El teniente coronel venezolano ha brindado repetidas veces refugio, armas, apoyo diplomático y financiación a las guerrillas de las FARC que luchan para derribar al Gobierno de Colombia. Se ha lanzado a hacer compras inmensas de armas a Rusia, Ucrania y Belarús, las más recientes de ellas de tanques, aviones de combate y un submarino. Ha adoptado medidas cada vez más contundentes contra los disidentes, la oposición y las libertades fundamentales de Venezuela, además de expropiar empresas sin la correspondiente compensación.

Al apoyar sistemáticamente a sus aliados en otros países latinoamericanos, desde Bolivia y la Argentina hasta Honduras y El Salvador, además del Perú, Nicaragua, Ecuador y la oposición de México, Chávez ha polarizado todo el continente latinoamericano del mismo modo que su propia sociedad. Además, ha implicado a Venezuela en conflictos mundiales casi en los antípodas, al aliarse con el régimen iraní y volverse uno de sus bastiones.

Ante todo ello, nadie ha intentado aún parar a Chávez. Más aún: el propio Uribe parece sentir la tentación de seguir buscando avenencias. Además de proteger los intereses comerciales colombianos, intenta enmendar la constitución de su país para poder presentarse a las elecciones por tercera vez: lo mismo exactamente que ha hecho Chávez en Venezuela y lo que todos sus aliados en Bolivia, Ecuador, la Argentina (indirectamente) y Nicaragua han intentado conseguir.

Uribe podría aún echarse atrás, si bien se está quedando con muy pocas posibilidades de rehusar la reelección después de todo lo que sus partidarios han hecho para permitirla, pero también podría estar buscando un acuerdo con los EE.UU. que podría propiciar al final la decisión de contener a Chávez. La mayoría de los colombianos desearían que el inmensamente popular Uribe permaneciera en su cargo durante cuatro años más, pero muchos en el extranjero no, ya sea porque su segunda reelección socavaría los argumentos contra otros decididos a perpetuarse en el poder o porque complicaría sus relaciones con Colombia.

El Presidente de los EE.UU., Barack Obama, forma parte de esas dos categorías. No puede criticar la presidencia eterna de Chávez sin dañar a Uribe y, si los críticos estadounidenses retratan a Uribe como un perpetuo violador de los derechos humanos decidido a permanecer en el poder indefinidamente, a Obama le resultará casi imposible conseguir la renovación en el Congreso del Plan Colombia, el programa de contrainsurgencia y lucha contra las drogas lanzado por Bill Clinton en 1999, por no hablar de la ratificación del acuerdo de libre comercio de Colombia con los EE.UU.

A Uribe no le resultaría fácil resistirse a una petición directa por parte de Obama para que se retirara después de dos mandatos. Por esa razón, podría haber una base para un acuerdo: Uribe se ofrece a no volver a presentarse como candidato, si Obama empieza a hacer frente a Chávez como debe hacerse: diplomática, política, ideológicamente y en el tribunal de la opinión mundial y del derecho internacional. Sólo con un respaldo activo de los EE.UU. puede Colombia hacer valer su posición en la Organización de Estados Americanos (donde actualmente perdería), las Naciones Unidas (donde podría ganar) y ante los amigos y aliados de Europa y Asia (donde sin duda tendría todas las de ganar).

La acusación contra Chávez es sólida, si se presenta adecuadamente: como una serie de de repetidas violaciones de compromisos y pactos internos, regionales e internacionales firmados y ratificados por Venezuela. Ya consistan sus violaciones en cerrar cadenas de televisión, encarcelar y exiliar a oponentes, armar a guerrillas en países vecinos, provocar una carrera de armamentos en la región o coquetear con el programa de enriquecimiento nuclear del Irán, se puede demostrarlas y denunciarlas.

Si Colombia y Obama actúan de ese modo, sus aliados potenciales en el resto del hemisferio podrían perder su temor a quedarse solos e indefensos. Países como México, el Perú, Chile tras sus elecciones de diciembre, Costa Rica y la República Dominicana están, todos ellos, preocupados porque, si hacen frente a Chávez, no sólo perderán, en algunos casos, sus dádivas, sino que, además, provocarán su intromisión en la política interna de su país, pero, si Obama demuestra que se toma en serio esa cuestión y se propone aplicar una política de contención, esas naciones probablemente responderían favorablemente.

Dejar que la situación derive hacia una mayor confrontación no es una política sostenible para Colombia, los EE.UU. o el resto de América Latina. Semejante rumbo permitiría a Venezuela elegir el próximo conflicto, con lo que se aplazaría una confrontación hasta que el deterioro de las circunstancias vuelva inevitable y más peligroso el conflicto. Ha llegado el momento de que Obama emule a la comunidad comercial de Colombia y deje de ofrecer la otra mejilla.



Jorge G. Castañeda, ex ministro de Relaciones Exteriores de México (2000-2003), es profesor distinguido mundial de Ciencia Política y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York
Copyright: Project Syndicate, 2009. www.project-syndicate.org
Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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