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lunes, 21 de febrero de 2011
Politired:para enterarse con criterio latinoamericano
martes, 15 de febrero de 2011
Las revoluciones árabes no son endosables
Opinión: Las revoluciones árabes no son endosables
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Fernando Mires (Chile) | |
Cada vez que ocurren revoluciones en cadena en cualquier lugar del mundo no faltan quienes imaginan que el fenómeno se repetirá en otras naciones marcadas por diferentes historias y tradiciones. Tal creencia ha traído consigo –está casi de más decirlo- calamidades de enorme magnitud. Basta saber que los revolucionarios franceses de 1789 estaban plenamente convencidos de que el bacilo de la revolución antimonárquica iba a expandirse a lo largo y ancho de Europa. Sin embargo, en lugar de provocar la revolución continental precipitaron la contrarrevolución europea la que terminó por demoler a los propios ejércitos franceses en Waterloo (1815) Los bolcheviques –quienes heredaron todos los errores franceses- imaginaron por su cuenta que la revolución soviética era sólo el eslabón más débil de la cadena imperialista (Lenin) o el inicio de una revolución permanente de carácter mundial (Trotski) Los recién fundados partidos comunistas -también en América Latina- fueron llamados por la URSS en los años veinte del pasado siglo a formar “soviets” proletarios, incluso en países en donde apenas había clase obrera. Los resultados de tan absurdas aventuras fueron espeluznantes. Miles y miles de comunistas repartidos a lo largo del mundo pagaron con sus vidas las fantasías trotskistas y leninistas. El ejemplo de la revolución cubana no es de mucha data. A partir de una pésima lectura de esa revolución, Che Guevara -reinterpretado en lenguaje metafísico por Regis Debray a quien prologó Fidel Castro en un disparatado libro titulado “revolución en la revolución” - llamaba a la creación de focos armados en las montañas de diversos países (incluyendo a los que no tenían montañas) Cientos de jóvenes y adultos con formación profesional, entre ellos el Che Guevara, fueron exterminados como conejos. Los que tuvieron más suerte se perdieron entre los montes para regresar después de mucho tiempo, viejos, cansados y sobre todo, ignorados. Más todavía: la genial idea cubana destinada a exportar la revolución sólo consiguió enardecer a diversos generales latinoamericanos. Entre el golpismo castrense de los años setenta y el revolucionarismo castrista de los años sesenta –hay que decirlo alguna vez- existe más de alguna directa relación. Quizás es necesario agregar que estas palabras las estoy escribiendo sólo como advertencia y no sin cierta preocupación. Porque recién está comenzando la revolución democrática árabe y ya algunos publicistas latinoamericanos, imaginando ser líderes de grandes masas, llaman a seguir el ejemplo árabe, como si las revoluciones fueran pandemias. Por lo tanto, de acuerdo a la intención preventiva que estoy usando no es mala idea recordar que la revolución democrática de los países árabes tuvo lugar en contra de dictaduras radicalmente antipopulares. Estoy seguro de que a muchos el concepto “dictadura antipopular” puede parecer redundancia y, sin embargo, no lo es, pues guste o no guste es posible afirmar que no siempre las dictaduras han sido impopulares. Las propias dictaduras árabes fueron muy pero muy populares en sus inicios. De acuerdo a la impronta “nasserista” que las caracterizaba, casi todas fueron erigidas sobre la base de profundos movimientos nacionalistas y anticolonialistas. A ello agregaban la ideología del socialismo del siglo XX (mucho más magnética que la alternativa que hoy nos ofrece esa ridiculez denominada “socialismo del siglo XXl”) Ahora, que después de la Tercera, los partidos sobre los cuales se sustentaban esas dictaduras hayan pasado a formar parte de la Segunda Internacional, sólo demuestra hasta que punto la idea del socialismo ha sido pervertida por los propios socialistas. Pero ese no es ahora el tema. Parece elemental decirlo, pero hay muchos que no lo entienden: la primera condición para una insurrección democrática es la pérdida de popularidad de una dictadura. Para poner algunos ejemplos: las dictaduras fascistas europeas fueron extraordinariamente populares (y tal vez por eso, plebiscitarias) de ahí que ninguna fue derribada por efecto de una revolución interna. Pero no es necesario ir tan lejos. Miremos el caso de las dictaduras latinoamericanas del pasado reciente, sobre todo la uruguaya, la argentina y la chilena. La dictadura militar uruguaya así como la chilena fueron derrotadas no a partir de insurrecciones populares sino a través de plebiscitos en los cuales ambas perdieron la mayoría electoral pero no toda su popularidad. Hay que recordar que ninguna de ellas obtuvo en el plebiscito menos del 40%. Para ser más precisos: En Noviembre de 1980 la dictadura uruguaya obtuvo en el plebiscito destinado a reformar la Constitución el 42,51% de los votos en contra del 56,83% de la oposición. En Octubre de 1988 la dictadura chilena obtuvo en un plebiscito convocado para prolongar el mandato de Pinochet el 44,01% de los votos en contra del 55,99 de la oposición.¿Qué nos dicen esas altas cifras alcanzadas por las respectivas dictaduras? Algo muy simple: que ambas perdieron la mayoría electoral pero no perdieron ese mínimo de popularidad que impide un estallido insurreccional. Porque convengamos: tener más de un 40% de votación a favor no es un signo de impopularidad. Todo lo contrario: en cualquiera democracia pluripartidista sería suficiente para gobernar de modo holgado. No obstante, una dictadura para mantenerse electoralmente necesita no sólo muchos, sino la mayoría absoluta de los votos. La razón es sencilla: ninguna dictadura admite una alternativa intermedia. O se está con ella o en contra de ella. Ahora, tanto la dictadura chilena como la uruguaya eran dictaduras no sólo populares; además eran plebiscitarias. No fue ese el caso de la argentina, la que no se vino abajo a través de un plebiscito sino como consecuencia de contradicciones internas, del pésimo manejo de la economía, de la aventura de las Malvinas, hechos que trajeron consigo no una insurrección al estilo árabe, pero sí amotinamientos, asonadas y demostraciones callejeras que hicieron imposible la continuidad de la gobernancia militar. Las dictaduras comunistas de Europa del Este, por su parte, eran muy impopulares, y lo último que se les habría ocurrido a sus respectivos gobernantes habría sido llamar a un plebiscito. En gran medida todas reposaban sobre tanques rusos. Sólo cuando Gorbachov aseguró que los tanques no marcharían en contra de los pueblos, surgieron esas revoluciones democráticas a las cuales se parecen tanto las árabes de nuestros días. Es cierto que tanto las dictaduras de Europa del Este como las árabes mantenían algunas fachadas democráticas. Por ejemplo, en casi todas existían simulacros parlamentarios. Pero los parlamentos no legislaban y un parlamento que no legisla -obvio- no es un parlamento. Incluso si hay debates, esos son inútiles si los debates no se convierten alguna vez en leyes. Ahora, las dictaduras populares salvo raras excepciones (la España de Franco o la Cuba de los Castro) no han querido o sabido resistir la tentación electoral y/o plebiscitaria. ¿Por qué? Primero, y aunque parezca tautología, porque son populares, es decir, sus personeros están convencidos de que son los verdaderos representantes de la voluntad nacional, voluntad que se mantendrá a través de los tiempos, amén. Segundo, porque como Mirabeau piensan que nadie se puede sentar sobre las bayonetas y por lo tanto no basta el apoyo –siempre escurridizo- de los militares sino también aquel que proviene de la legitimidad de los pueblos, sobre todo cuando se trata de ejercer la representación exterior. Sin embargo, Franco (quien se creía ungido por Dios) y Castro (quien se cree ungido por la Historia) han demostrado en contra de Mirabeau que –bajo ciertas condiciones- es posible sentarse sobre las bayonetas aunque eso signifique romperse el culo, intenso dolor que no aceptan los dictadores plebiscitarios y /o electorales quienes no sólo quieren ser amados por sus pueblos sino, además, como ocurre con los amantes neuróticos, intentan verificarlo cada cierto tiempo. Hay que recordar por lo demás que tanto la dictadura uruguaya como la chilena convocaron a plebiscitos bajo absoluto convencimiento de que los ganarían, si no por popularidad, al menos por el miedo y el terror. Si ambas dictaduras no hubiesen sido tan vanidosas quizás todavía tendríamos a los militares en el poder en esos países. En fin, hay dictaduras plebiscitarias y otras que no lo son. Las árabes no lo eran. ¿Hay, además, dictaduras electorales? Mi respuesta no es muy categórica: sí y no. Sí, porque ha habido casos en que las dictaduras celebran elecciones (amañadas o no, no viene al caso discutirlo) No, porque cada elección es convertida por una dictadura en un plebiscito. Lo normal entonces es que las dictaduras populares sean plebiscitarias y las no populares no lo sean. Sinteticemos: es muy difícil, casi imposible (no se conoce ningún caso) que pueda surgir una insurrección exitosa en contra de una dictadura popular. La tarea entonces, bajo esas condiciones, es lograr que esa dictadura sea cada vez menos popular. Y, como la mayoría de las dictaduras populares son plebiscitarias, el plebiscito (o una elección plebiscitaria, lo que es lo mismo) usado como un arma política de las dictaduras, puede convertirse también en un arma política de sus adversarios. En ese caso el plebiscito (o elección plebiscitaria) que pierde una dictadura se convierte en una insurrección –valga la paradoja- constitucional. Por cierto, una dictadura popular después de haber sido derrotada tiene la alternativa de desconocer el resultado de la elección y en su lugar repartir plomo. Mas, en ese caso, las dictaduras arriesgan el estallido de una insurrección auténticamente popular, es decir, precisamente lo que se quería impedir con las elecciones. Pinochet, por ejemplo, era partidario de desconocer el resultado electoral adverso. Dos hechos lo convencieron de lo contrario. Uno: la gente ya estaba en las calles, como hace algunos días en El Cairo. Dos: a algunos generales –como también ocurrió en El Cairo- no les fascinaba la idea de pasar a la historia como genocidas. De todo esto se deduce un corolario. El corolario es el siguiente: la derrota electoral de una dictadura popular sólo puede ocurrir si esa dictadura ha perdido las calles antes, durante y después de la elección. Comentarios al autor a Mires.fernando5@gmail.com |
lunes, 7 de febrero de 2011
¿Revoluciones en el mundo árabe?: “Bienvenidos al mundo real”
¿Revoluciones en el mundo árabe?: “Bienvenidos al mundo real”
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George Chaya
Como ha ocurrido en el pasado, no puede decirse que estemos ante revoluciones genuinas en el mundo árabe. Nadie puede aseverar tal cosa por estos días. Una revolución plena, estalla y llega de manera sigilosa. Y de hecho las causas que hoy vemos en los países árabes pueden ser muy engañosas puesto que lo que se aprecia no parece tener esos ingredientes genuinos sino que son movilizaciones de algunos miles de personas no exentas de ser manipuladas por distintas y diferentes causas.
Las verdaderas revoluciones se gestan en voz baja y no de manera tumultuosa como muestran algunos medios de prensa que pretenden publicitar los eventos como revolucionarios a través del montaje de un gran teatro callejero. Pregunte Usted al millón y medio de libaneses de la revolución de los Cedros que colmaron las calles de Beirut en 2005 en que acabaron esas ansias revolucionarias. La respuesta que obtendrá será simple: fueron diezmados por el integrismo radical.
No se puede juzgar una revolución por su teatralidad. Algo real tiene que suceder para que una revolución se produzca, tenga éxito y genere cambios para bien de los ciudadanos. Una revolución debe ser algo más que gritos y consignas en las demandas que piden el fin de un gobierno para reemplazarlo por otro. Nadie puede negar que el Movimiento Verde en Irán sea revolucionario y que si tuviera éxito, pondría fin al establishment de la república islámica para sustituirla por un sistema político secular separando la mezquita del Estado. Inversamente también los esfuerzos de Hezbollah para tomar el Líbano constituyen igualmente un intento de cambio revolucionario, ya que el sistema secular del Líbano marcha hacia una república islámica, lo que demuestra que los cambios también pueden producirse en ambos sentidos.
Lo que se observa actualmente en Oriente Medio y el Magreb está muy lejos de indicar que los tumultos y las movilizaciones sean revoluciones genuinas. Muchos de los saqueos y desmanes producidos en las ciudades egipcias del Cairo, Alejandría y Suez no parecen ser liderados por verdaderos demócratas sino por organizaciones como la hermandad musulmana que utilizan reclamos genuinos de la población pobre y marginada socialmente; pero el peligro real es que este grupo puede llevar a Egipto de un gobierno unipersonal, secular y rígido como el de Hosni Mubarak a un régimen totalitario, teocrático y absolutista.
Las cosas nunca son tan malas como parecen en el mundo árabe, siempre pueden ser peor. Entonces ¿cómo analizar el acoso y la demanda contra el presidente Mubarak? Es innegable y muy básico que en la región está en juego el avance del yihadismo radical o por el contrario, el freno y la neutralización de esa ideología que ha generado los peores males en los pueblos árabes. Desde Yemen a Irán, del Líbano a Somalia, de Egipto a Jordania, Siria y Túnez, se ven tumultos y movilizaciones porque hay un gran numero de diferentes energías en pugna y en muchos casos, no hay manera de saber quién toma las decisiones y localmente, por no hablar de la falta de decisiones que deberían ser tomadas. Por tanto, a quienes no conocen los avatares del Oriente Medio y el mundo árabe-islámico, permítanme decirles: “Bienvenidos al mundo real”. Esta y no otra es la realidad del mundo árabe actual que se debate entre vetustas y desvencijadas dictaduras o el avance de la ideología yihadista que intenta expandirse en la región.
Si tomamos el país árabe secular más importante, Egipto, donde la institución clave es el ejército, las fuerzas armadas egipcias no quieren un régimen islámico, pero nada indica que quieran a Gamal Mubarak, el heredero que su padre preparaba para las elecciones de septiembre. Ese y no otro es el punto por el que Hosni Mubarak ha debido concesionar y negociar políticamente su salida o no del poder. Aunque incurre en error, pues solo hay que recordar a los generales del Sha de Persia que hicieron un trato con las fuerzas revolucionarias de Khomeini en 1979 y luego fueron diezmados por el Pasdarán iraní cuando este se hizo con la sumatoria del poder político.
Para muchos ciudadanos egipcios partidarios de Mubarak, el mentor de los tumultos y desmanes en Túnez y Egipto ha sido Irán. Es cierto que los iraníes han estado efectuando declaraciones públicas donde afirman ser los inspiradores de las insurrecciones. Y aunque esto no tiene sentido, pues ellos saben que pocos tunecinos, jordanos o egipcios querrían vivir en la versión árabe de la república islámica de Irán, así funcionan no pocos países en la región. De hecho, los mullah deberían estar preocupados porque saben que la insurrección iraní de 2009-2010 fue genuina e inspirada en el propio pueblo iraní que fue reprimido a sangre y fuego por el régimen, y no ignoran que el pueblo puede salir a las calles nuevamente a repetir ese sacrificio contra la autoridad que los somete, y es por ello que la seguridad del régimen ha redoblado la vigilancia en las calles de Teherán y varias ciudades del país en los últimos días por temor a que el efecto de los tumultos en los países árabes se vuelva como bumerang contra su gobierno.
Fuentes de inteligencia árabes denunciaron a la prensa regional que Irán había movilizado agentes desestabilizadores hacia Mubarak y también contra la monarquía jordana. Ciertamente Teherán ha sido muy bueno en la manipulación de los árabes, eso no es nuevo pues no se han tenido noticias sobre terroristas suicidas de origen persa. Todos son árabes manipulados e inspirados por Teherán y sus aliados religiosos que se reconocen como compañeros de viaje del régimen persa. Estos árabes, son funcionales a Irán eligiendo el martirio a favor de intereses que en muchos casos dañan a sus propios sus gobiernos.
De allí que aquella opinión publica y prensa internacional que supone que los árabes hoy son revolucionarios apoyando revoluciones democráticas contra las tiranías regionales, hay que decirles que “ello es incorrecto, absurdo y peligroso”. Desde luego que nadie debería apoyar a dictadores; pero el destino de Egipto debe ser determinado por los propios egipcios, y cuidado, porque algunos de ellos desean ser verdaderamente libres; pero otros pretenden instalar una tiranía teocratica peor que la de Mubarak, y eso es todo lo contrario de la libertad. Nada mas hay que recordar las elecciones libres en Gaza que depositaron en el poder a los radicales de Hamas, o el golpe de estado reciente en Líbano que otorgo a Hezbollah el poder sobre las instituciones democráticas libanesas, allí observarán como los yihadistas desprecian las libertades democráticas y los derechos humanos sin ningún apego por la ciudadanía.
En consecuencia, la pregunta sigue siendo si es posible transitar pacíficamente de una dictadura a una democracia La respuesta es sí, los ejemplos de Taiwán y Sudáfrica lo reafirman. Pero eso no tendrá lugar bajo el estereotipo confrontativo de la calle árabe según el cual las masas están motivadas, sobre todo, por su furia implacable contra el enemigo israelí por la opresión a sus hermanos palestinos. Ese mito inexacto junto con la inclinación cultural totalitaria de la ideología yihadi es lo que impidió e impide la democracia a través de la historia en los países árabes.
Pero la realidad pareciera ser cada día mas clara, aunque el presidente Barak Obama y Hillary Clinton actúen de forma totalmente equivocada, ya porque no conocen la cultura, ya por falta de voluntad política en hacer frente a la situación. Al tiempo, el señor Joe Panetta que dirige la comunidad de inteligencia ha indicado públicamente que no esta claro quién es quién en los tumultos de Túnez y Egipto. La administración Obama incorporo varios asesores arabistas en áreas sensibles de su gobierno, según se nos dijo, para establecer mejores relaciones y conocer profundamente al mundo árabe islámico, pero a pruebas vistas no parecen ser asesores muy buenos. Si Pannetta (jefe de la CIA) sostiene no saber quiénes estimulan estas movilizaciones, entonces por acto reflejo se debería apoyar a los demócratas reales y frustrar la opción de Al-Baradei quien aparece como “el niño mimado” de la hermandad musulmana y de Teherán. No es cierto que no se sepa quien es quien en las revueltas o a quien responde Mohamed Al-Baradei. Occidente esta jugando con fuego y alguien debería hacer llegar a oídos del presidente Obama cuan peligroso son los jugadores regionales involucrados para quebrar la estabilidad y la paz que justamente él dice buscar en la región. Alguno de sus asesores debería explicarle que, paradójicamente, este es un muy buen momento para apoyar al Movimiento Verde en Irán y a los Revolucionarios del Cedro en Líbano.
Si vamos a alabar a los combatientes de la libertad de Túnez y Egipto, que esperamos para saludar y apoyar a los mártires del Líbano e Irán que han sido y están siendo sacrificados en las cárceles y las calles de sus países aunque esto no sea oficialmente reconocido.
George Chaya es periodista y analista político experto en Oriente Medio, es autor de varios libros de pensamiento. Visite su página web.
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Como ha ocurrido en el pasado, no puede decirse que estemos ante revoluciones genuinas en el mundo árabe. Nadie puede aseverar tal cosa por estos días. Una revolución plena, estalla y llega de manera sigilosa. Y de hecho las causas que hoy vemos en los países árabes pueden ser muy engañosas puesto que lo que se aprecia no parece tener esos ingredientes genuinos sino que son movilizaciones de algunos miles de personas no exentas de ser manipuladas por distintas y diferentes causas.
Las verdaderas revoluciones se gestan en voz baja y no de manera tumultuosa como muestran algunos medios de prensa que pretenden publicitar los eventos como revolucionarios a través del montaje de un gran teatro callejero. Pregunte Usted al millón y medio de libaneses de la revolución de los Cedros que colmaron las calles de Beirut en 2005 en que acabaron esas ansias revolucionarias. La respuesta que obtendrá será simple: fueron diezmados por el integrismo radical.
No se puede juzgar una revolución por su teatralidad. Algo real tiene que suceder para que una revolución se produzca, tenga éxito y genere cambios para bien de los ciudadanos. Una revolución debe ser algo más que gritos y consignas en las demandas que piden el fin de un gobierno para reemplazarlo por otro. Nadie puede negar que el Movimiento Verde en Irán sea revolucionario y que si tuviera éxito, pondría fin al establishment de la república islámica para sustituirla por un sistema político secular separando la mezquita del Estado. Inversamente también los esfuerzos de Hezbollah para tomar el Líbano constituyen igualmente un intento de cambio revolucionario, ya que el sistema secular del Líbano marcha hacia una república islámica, lo que demuestra que los cambios también pueden producirse en ambos sentidos.
Lo que se observa actualmente en Oriente Medio y el Magreb está muy lejos de indicar que los tumultos y las movilizaciones sean revoluciones genuinas. Muchos de los saqueos y desmanes producidos en las ciudades egipcias del Cairo, Alejandría y Suez no parecen ser liderados por verdaderos demócratas sino por organizaciones como la hermandad musulmana que utilizan reclamos genuinos de la población pobre y marginada socialmente; pero el peligro real es que este grupo puede llevar a Egipto de un gobierno unipersonal, secular y rígido como el de Hosni Mubarak a un régimen totalitario, teocrático y absolutista.
Las cosas nunca son tan malas como parecen en el mundo árabe, siempre pueden ser peor. Entonces ¿cómo analizar el acoso y la demanda contra el presidente Mubarak? Es innegable y muy básico que en la región está en juego el avance del yihadismo radical o por el contrario, el freno y la neutralización de esa ideología que ha generado los peores males en los pueblos árabes. Desde Yemen a Irán, del Líbano a Somalia, de Egipto a Jordania, Siria y Túnez, se ven tumultos y movilizaciones porque hay un gran numero de diferentes energías en pugna y en muchos casos, no hay manera de saber quién toma las decisiones y localmente, por no hablar de la falta de decisiones que deberían ser tomadas. Por tanto, a quienes no conocen los avatares del Oriente Medio y el mundo árabe-islámico, permítanme decirles: “Bienvenidos al mundo real”. Esta y no otra es la realidad del mundo árabe actual que se debate entre vetustas y desvencijadas dictaduras o el avance de la ideología yihadista que intenta expandirse en la región.
Si tomamos el país árabe secular más importante, Egipto, donde la institución clave es el ejército, las fuerzas armadas egipcias no quieren un régimen islámico, pero nada indica que quieran a Gamal Mubarak, el heredero que su padre preparaba para las elecciones de septiembre. Ese y no otro es el punto por el que Hosni Mubarak ha debido concesionar y negociar políticamente su salida o no del poder. Aunque incurre en error, pues solo hay que recordar a los generales del Sha de Persia que hicieron un trato con las fuerzas revolucionarias de Khomeini en 1979 y luego fueron diezmados por el Pasdarán iraní cuando este se hizo con la sumatoria del poder político.
Para muchos ciudadanos egipcios partidarios de Mubarak, el mentor de los tumultos y desmanes en Túnez y Egipto ha sido Irán. Es cierto que los iraníes han estado efectuando declaraciones públicas donde afirman ser los inspiradores de las insurrecciones. Y aunque esto no tiene sentido, pues ellos saben que pocos tunecinos, jordanos o egipcios querrían vivir en la versión árabe de la república islámica de Irán, así funcionan no pocos países en la región. De hecho, los mullah deberían estar preocupados porque saben que la insurrección iraní de 2009-2010 fue genuina e inspirada en el propio pueblo iraní que fue reprimido a sangre y fuego por el régimen, y no ignoran que el pueblo puede salir a las calles nuevamente a repetir ese sacrificio contra la autoridad que los somete, y es por ello que la seguridad del régimen ha redoblado la vigilancia en las calles de Teherán y varias ciudades del país en los últimos días por temor a que el efecto de los tumultos en los países árabes se vuelva como bumerang contra su gobierno.
Fuentes de inteligencia árabes denunciaron a la prensa regional que Irán había movilizado agentes desestabilizadores hacia Mubarak y también contra la monarquía jordana. Ciertamente Teherán ha sido muy bueno en la manipulación de los árabes, eso no es nuevo pues no se han tenido noticias sobre terroristas suicidas de origen persa. Todos son árabes manipulados e inspirados por Teherán y sus aliados religiosos que se reconocen como compañeros de viaje del régimen persa. Estos árabes, son funcionales a Irán eligiendo el martirio a favor de intereses que en muchos casos dañan a sus propios sus gobiernos.
De allí que aquella opinión publica y prensa internacional que supone que los árabes hoy son revolucionarios apoyando revoluciones democráticas contra las tiranías regionales, hay que decirles que “ello es incorrecto, absurdo y peligroso”. Desde luego que nadie debería apoyar a dictadores; pero el destino de Egipto debe ser determinado por los propios egipcios, y cuidado, porque algunos de ellos desean ser verdaderamente libres; pero otros pretenden instalar una tiranía teocratica peor que la de Mubarak, y eso es todo lo contrario de la libertad. Nada mas hay que recordar las elecciones libres en Gaza que depositaron en el poder a los radicales de Hamas, o el golpe de estado reciente en Líbano que otorgo a Hezbollah el poder sobre las instituciones democráticas libanesas, allí observarán como los yihadistas desprecian las libertades democráticas y los derechos humanos sin ningún apego por la ciudadanía.
En consecuencia, la pregunta sigue siendo si es posible transitar pacíficamente de una dictadura a una democracia La respuesta es sí, los ejemplos de Taiwán y Sudáfrica lo reafirman. Pero eso no tendrá lugar bajo el estereotipo confrontativo de la calle árabe según el cual las masas están motivadas, sobre todo, por su furia implacable contra el enemigo israelí por la opresión a sus hermanos palestinos. Ese mito inexacto junto con la inclinación cultural totalitaria de la ideología yihadi es lo que impidió e impide la democracia a través de la historia en los países árabes.
Pero la realidad pareciera ser cada día mas clara, aunque el presidente Barak Obama y Hillary Clinton actúen de forma totalmente equivocada, ya porque no conocen la cultura, ya por falta de voluntad política en hacer frente a la situación. Al tiempo, el señor Joe Panetta que dirige la comunidad de inteligencia ha indicado públicamente que no esta claro quién es quién en los tumultos de Túnez y Egipto. La administración Obama incorporo varios asesores arabistas en áreas sensibles de su gobierno, según se nos dijo, para establecer mejores relaciones y conocer profundamente al mundo árabe islámico, pero a pruebas vistas no parecen ser asesores muy buenos. Si Pannetta (jefe de la CIA) sostiene no saber quiénes estimulan estas movilizaciones, entonces por acto reflejo se debería apoyar a los demócratas reales y frustrar la opción de Al-Baradei quien aparece como “el niño mimado” de la hermandad musulmana y de Teherán. No es cierto que no se sepa quien es quien en las revueltas o a quien responde Mohamed Al-Baradei. Occidente esta jugando con fuego y alguien debería hacer llegar a oídos del presidente Obama cuan peligroso son los jugadores regionales involucrados para quebrar la estabilidad y la paz que justamente él dice buscar en la región. Alguno de sus asesores debería explicarle que, paradójicamente, este es un muy buen momento para apoyar al Movimiento Verde en Irán y a los Revolucionarios del Cedro en Líbano.
Si vamos a alabar a los combatientes de la libertad de Túnez y Egipto, que esperamos para saludar y apoyar a los mártires del Líbano e Irán que han sido y están siendo sacrificados en las cárceles y las calles de sus países aunque esto no sea oficialmente reconocido.
George Chaya es periodista y analista político experto en Oriente Medio, es autor de varios libros de pensamiento. Visite su página web.
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