por Aaron Ross Powell, 26 de septiembre 2013
Hay cosas que son francamente evidentes, los seres humanos tenemos la capacidad de la razón. Y junto a ella viene la capacidad de entablar relaciones con los demás de manera razonable. Si deseas cambiar de opinión acerca de algo, la mejor manera, la más humana para hacerlo es a través de la persuasión pacífica. Argumentar, cuestionar, tratar de mostrarme el error de mi camino. Eso es lo mejor que hace la gente cuando no están de acuerdo.
Lo que no hacen es golpearse entre sí cuando afrontan un desacuerdo irresoluble, no sacan cuchillos o armas de fuego y atacan a sus adversarios. Reconocen, en cambio, que las personas tienen desacuerdos, incluso sobre las cuestiones más importantes, y que el respeto que nos debemos el uno al otro como prójimos exige también que respetemos esas diferencias. Siempre y cuando usted no haya iniciando ninguna violencia contra mí o mi propiedad, yo estoy obligado a no iniciar ninguna violencia en contra de usted y los suyos. Lo contrario a esto es comportarse como una bestia. Y no deberíamos hacer eso, porque no es lo que hace la buena gente, y porque vivir una vida feliz es situarse a la altura de nuestro potencial humano. Ningún hombre vive así comportándose como una bestia.
Si una humanidad básica, y por tanto, el respeto por la dignidad humana de los demás, me prohíbe actuar violentamente a fin de conseguir lo que quiero, también me prohíbe que otros actúen violentamente en mi nombre. Si quiero tu coche y tú no quieres venderlo, las mismas reglas de la moral dicen que no debo romper la ventana y tomar tu coche, así como tampoco debo contratar a un matón de calle para que rompa la ventana y lo tome por mí.
Pero contratar a un matón de calle a cometer actos de violencia para nosotros es, de hecho, lo que resulta ser gran parte de la política. Observa la guerra contra las drogas. En la sociedad civil, si yo creo que el uso de drogas es malo, te lo digo. Te ofrezco pruebas y argumentos de por qué no debería hacerse. Podría conseguir convencer a tu familia y amigos. Pero si esto persiste y no lo consigo, tendré que aceptarlo, siempre que tu uso de las drogas no viole mis derechos básicos, como el que me robes a mí para pagar tu hábito.
Sin embargo, en la sociedad política, uno no se detiene cuando los argumentos y las pruebas fallan. Todo lo contrario, sigue insistiendo. Tengo algunos amigos que votan a una ley contra el consumo de drogas, o convencen a un bloque de legisladores a que hagan eso mismo. Con esa nueva ley del lado de uno, se puede ahora usar la violencia para conseguir lo que uno quiere. ¿Que quieres seguir consumiendo drogas? Vale, pero ahora ese oficial de policía con su pistola va a hacer que te detengas, y si no lo haces, te arresta. Y si te resistes, te va a disparar.
Este principio básico: la política como recurso para la violencia, cuando otros medios de persuasión no lo han logrado, se aplica a muchas más políticas, no sólo a las regulaciones contra el consumo de drogas. Las empresas usan la violencia de la política para evitar la competencia de otras empresas. Los empleados de las escuelas públicas usan la violencia de la política para evitar que los estudiantes huyan de las escuelas que fracasan. Los reformadores que financian las campañas usarán la violencia de la política para acabar con un discurso con el que no están de acuerdo. El alcalde de Nueva York quiere utilizar la violencia de la política para hacer que los neoyorquinos no tomen demasiado azúcar.
Todos deberíamos aborrecer esta deriva hacia la inhumanidad. Deberíamos esforzarnos por ser mejores de lo que la política nos anima a ser. Todos debemos rechazar ese recurso a la violencia para conseguir nuestros propósitos.
El problema es que, conforme la política crece, conforme la toma de decisiones políticas continúa desplazando a las decisiones privadas, se vuelve cada vez más difícil escapar de esa engendrada inhumanidad. Las decisiones políticas son de sí o de no. Esto es legal o no lo es. Gana mi preferencia o la tuya. El resultado está claro, la política nos anima a vernos como enemigos. Usted no es sólo alguien con una opinión diferente a la mía sobre un tema determinado, sino que usted es alguien que quiere obligarme a hacer las cosas a su manera y lo respalda con amenazas de violencia.
Una vez que nuestra visión de una persona cambia para verla como un enemigo, invariablemente comenzamos a deshumanizarle. En consecuencia, no vemos la necesidad de entender a esa persona de una manera humana, respetuosa y por vía de la razón. En lugar ello, la violencia parece más aceptable. Si tu oponente es una bestia, es posible ocuparse de él como de una bestia.
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Aaron Ross Powell |
Esto, por supuesto, se agrava con la ira que la política provoca en muchos de nosotros, una ira que paraliza o altera temporalmente la capacidad de la razón, y esto hace que sea aún menos probable que vayamos a reconocer la falta de humanidad de nuestro comportamiento.
Podemos ser mejor que todo esto. De hecho, tenemos el deber moral de ser mejores. Pero, tan importante es querer ser mejores que esto como el desear vivir todo el enorme potencial que tenemos como seres humanos. Usando la política, con esa distante violencia de las cosas, representa de alguna manera lo alejados que estamos de ese potencial. Nuestras relaciones con los demás deberían darse con la razón, el respeto, la compasión y la bondad, no con la mezquindad, las amenazas y la violencia.
Tenemos que abrazar la verdadera sociedad civil, y hacer todo lo posible para dejar atrás esa inhumanidad de la política.
- Imagen autor: Aaron Ross Powell- Imágenes 1 y 2. Soluciones negociadas y no a la violencia.
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