domingo, 19 de agosto de 2012



Desde cualquiera perspectiva que no sea política, Rusia y Venezuela no tienen nada en común. Pero desde la política tienen algo que las une: las dos naciones son gobernadas por autocracias electoralistas; un nuevo tipo de dominación que ha hecho escuela en el primer decenio del siglo XXl. De ahí que no deba extrañar que en ambas ocurran acontecimientos similares, y en el caso del cual nos ocupamos, paralelos. En efecto, los dos autócratas, Putin y Chávez, se encuentran enfrentando movimientos sociales caracterizados por un mismo signo: El de la desobediencia civil.
Cabe precisar: Desobediencia civil significa, aunque parezca redundancia, la realización de actos que no contravienen a la ley, sino que simplemente surgen frente a una mala o injusta aplicación de la ley. Eso es lo que ocurrió en Rusia con la protesta del grupo “punk”, Pussy Riot.
Como es ampliamente conocido, las integrantes del grupo Pussy Riot, María Aliójina, María Yaketerina Samukevich y Nadia Tolokónnikova, han sido condenadas a dos años de prisión por el “delito” de haber cantado en contra de Putin en la Catedral del Cristo Redentor de Moscú. Frente a tan arbitraria medida se ha pronunciado la gran mayoría de los intelectuales, artistas, políticos y gobiernos civilizados del mundo.
Efectivamente, ninguna de las tres niñas cometió, desde el punto de vista religioso, legal y político, nada que contravenga a la ley, a la moral, a las creencias y a las costumbres de su nación
Desde el punto de vista legal ellas hicieron uso del derecho a la libertad de expresión garantizada por la Carta de las Naciones Unidas y subscrita por el propio gobierno de Rusia. Desde el político, realizaron una manifestación pública en un lugar público (una iglesia). Y desde el religioso, han pedido a Dios, en su post-moderno estilo (Dios no sólo es barroco) que las libere de lo que ellas consideran –y con buenas razones- de un “mal”: Putin
Putin, sin vacilar, las envió a prisión. Los objetivos del autócrata son, en este punto, muy claros. Se trata de aplastar, en estilo zarista y estalinista, cualquiera oposición. Pero hay algo más. A través de la injusta condena, Putin, a diferencia de Stalin quien persiguió a la Iglesia, intenta aparecer como protector de la religión ortodoxa. Con ello está diciendo a los fieles: “ustedes a rezar, yo a gobernar”. Gran parte de la ortodoxia, acobardada después de tantas persecuciones, acata el dictado de Putin. No así el mundo político civilizado en el cual el mismo Putin quisiera ser aceptado. De ahí se explica que las chicas de Pussy Riot reciban más apoyo en el exterior que en el interior de Rusia.
En Venezuela, aliado “estratégico” de Rusia, se ha producido algo similar, pero en sentido inverso. El CNE, organismo destinado a velar por la ecuanimidad de la contienda electoral, intentó prohibir al candidato Henrique Capriles el uso de una gorra con los colores patrios; hecho que habría sido lógico en cualquier país del mundo, menos en la Venezuela de Hugo Chávez.
Porque si hay alguien que ha abusado de los símbolos nacionales ese es Chávez. No sólo porque se embute en la bandera venezolana. No sólo porque ha cambiado el escudo nacional, torciendo el pescuezo al caballo de la nación. No sólo porque ha manoseado el cadáver del Gran Libertador. No sólo porque considera a Bolívar un profeta de Chávez. No sólo porque ha mutilado el rostro del héroe a “su imagen y semejanza”. No sólo porque ha regalado la espada de Bolívar a cuanto criminal anda suelto por el mundo. No sólo porque no considera ciudadanos a quienes no lo siguen (“Quien no es chavista no es venezolano”)
Fueron esas y otras más las razones por las cuales la mayoría del pueblo democrático sintió la prohibición de usar la gorra tricolor como una radical injusticia. De ahí que en lugar de acatar la orden del oficialismo, los seguidores de Capriles han hecho uso del derecho a la desobediencia. La gorra ha llegado a ser así, símbolo de las marchas y concentraciones de Capriles.
La desobediencia civil venezolana se dirige, para ser más preciso, en contra de tres grandes injusticias. La primera, en contra del grosero ventajismo electoral de un presidente que cuenta con todo el aparato comunicacional del Estado. La segunda, en contra de la abierta parcialidad del organismo electoral. La tercera –la más importante- en contra de la apropiación indebida de los símbolos patrios que ha hecho suya el chavismo.
La política, lo sabemos todos, supone la lucha por la apropiación de símbolos. De ahí que Chávez, a través de una orden injusta, convirtiera los colores de la bandera en un símbolo de la desobediencia civil. En cambio, el color de Chávez seguirá siendo el rojo: el mismo de tantas revoluciones traicionadas.
La canción de Pussy Riot y los colores de la gorra de Capriles son símbolos de la desobediencia civil de nuestro tiempo. Así sucedió una vez con la melena de Ángela Davis, con el signo inconfundible del nombre Solidarnosc en Polonia, con los pañuelos de las Madres de la Plaza de Mayo, con los vestidos blancos de las damas que hoy protestan en las calles de La Habana. Y con tantos, con tantos otros más. 
Fuente: POLIS- Politica y Cultura

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