martes, 22 de noviembre de 2011

Dos momentos mágicos en la política

MOISÉS NAÍM 20/11/2011
A pesar del desencanto universal con los políticos y la política, hay dos eventos que suelen motivar hasta a los más cínicos o desinteresados. Votar el día de las elecciones es uno de ellos. En todas partes, el porcentaje de la gente que se abstiene de votar es menor que el de quienes en las encuestas previas a las elecciones afirman que no participarán. Pero llegado el día, algo mágico pasa y muchos de los renuentes se ponen en fila y votan. El otro evento mágico que motiva hasta a los más desentendidos de la política es el debate entre los candidatos.
Los debates electorales son una mezcla de teatro político y reality show que, a veces, definen el destino de un país. Es verdad que, con frecuencia, no cambian nada y solo confirman las preferencias que cada quien tenía antes del debate. Pero, a veces, los debates voltean el resultado de una elección.
En estos días han tenido lugar dos debates electorales que no han generado gran repercusión internacional. Uno fue entre los aspirantes a la candidatura presidencial de uno de los partidos políticos más poderosos del mundo. El otro fue entre los candidatos a representar una de las agrupaciones políticas más frágiles y amenazadas del planeta. El primero fue entre los aspirantes del Partido Republicano de los EE UU y el otro entre los aspirantes a representar a la oposición venezolana en su intento de ganarle las próximas elecciones a Hugo Chávez. El primero me produjo una mezcla de vergüenza y miedo. El segundo me llenó de orgullo y esperanza (nota a mis lectores: soy venezolano y opositor a Chávez). Ambos tienen implicaciones que van mas allá de lo que pasa en EE UU o Venezuela.
El Partico Republicano es antiguo, adinerado, influyente, sabe cómo ganar elecciones y se ve con la clara posibilidad de sacar a Barack Obama de la Casa Blanca el año próximo. Su problema son las ocho personas que aspiran a la candidatura presidencial. Ya han tenido 10 debates televisados y planean tener 15 más. Los debates han servido para conocerles y lo que se ha descubierto es preocupante: un increíble despliegue de fanatismo religioso ("la homosexualidad es una enfermedad que se cura rezando"), desprecio por la ciencia ("las teorías de Darwin no están probadas"), propuestas económicas inverosímiles ("el déficit fiscal se puede reducir sin aumentar impuestos"), populismo ("voy a abolir dos -¡no, tres!- ministerios"), hipocresía ("el matrimonio y la fidelidad son valores sagrados"), ignorancia ("los talibanes están en Libia") o flagrantes mentiras ("Obama es musulmán"). Piénselo: uno de estos personajes podría ser el próximo presidente de Estados Unidos.
Mientras tanto en Venezuela... Una oposición con fama de inepta, corrupta, elitista y golpista se ha transformado en uno de los movimientos políticos más democráticos e inspiradores de América Latina. Planea elecciones primarias (en las cuales todos los venezolanos podrán votar) para elegir al candidato que enfrentará a Hugo Chávez en las presidenciales de 2012.
Hace poco, los cinco aspirantes escenificaron un evento que la gran mayoría del país, los menores de 30 años, jamás habían presenciado: un debate televisado entre contrincantes políticos (el último fue en 1983). Tampoco habían visto a políticos que no tratan a sus competidores como enemigos mortales y sin el derecho de aspirar al poder. No los vieron proferir los más procaces insultos contra sus rivales. Vieron, en cambio, y por primera vez, que la contienda política no requiere de las brutales tácticas a las que usualmente recurre el presidente Chávez. Comparados con los aspirantes del Partido Republicano los opositores venezolanos lucieron informados, serios, capaces y preparados. Y, en un duro contraste con los estadounidenses, el venezolano que gane las primarias no deberá enfrentar al presidente en ejercicio dentro de un marco institucional democrático sino a Hugo Chávez dentro del marco institucional que a él le convenga y que él unilateralmente definirá.
Para muchos resultará imposible de creer, pero los candidatos Republicanos, Bachman, Cain, Gingrich, Huntsman, Santorum, Paul, Perry o Romney podrían aprender mucho de líderes que probablemente usted nunca haya oído mencionar: Arria, Capriles, López, Machado y Pérez, los venezolanos que se atreven a enfrentar a Hugo Chávez.
Las crisis mundiales no dejan mucho espacio noticioso para la crisis venezolana. Pero lo que sucedió en Venezuela hace poco es una noticia que merece más atención. Y lo que no sucede entre los Republicanos también.
Estoy en Twitter @moisesnaim ..tomado de El Pais.
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sábado, 19 de noviembre de 2011

HOMENAJE A VÁKLAV HAVEL

13/11/2011


“El ser hechizado en mi interior y el que está presente en el mundo se pueden dar la mano en cualquier momento, en cualquier lugar, de cualquier manera: cuando contemplo la copa de un árbol o cuando miro los ojos de otra persona, cuando consigo escribir una carta bonita, cuando me emociona una canción o cuando el fragmento de una lectura pone mis pensamientos en efervescencia, cuando ayudo a alguien o alguien me ayuda a mí, cuando ocurre algo importante o cuando no ocurre nada especial. Esa necesidad nuestra, irreprimible, de trascender los horizontes situacionales, de cuestionar, conocer, explorar, entender, buscar la esencia de las cosas, ¿qué otra cosa es esa necesidad sino otra de las formas de aquel anhelo interminable por recobrar la integridad perdida del ser, aquel anhelo del yo de regresar al ser? ¿Qué otra cosa es sino ese anhelo intrínseco de despertar al propio ser oculto, adormilado, olvidado tantas veces, y a través de él alcanzar aquella plenitud e integridad de la existencia que nuestra intuición nos permite vislumbrar?”
 (Vaklav Havel, fragmento de una “Carta a Olga”)
1.
Ser demócrata en una democracia es una actividad muy sencilla. Ser demócrata defendiendo una democracia, o luchando por obtenerla, implica acceder a un nivel superior de la política. Y hay quienes han alcanzado ese nivel.
Pienso, entre otros, en esa figura emblemática de las luchas democráticas de nuestro tiempo que es Václav Havel, quien fuera elegido Presidente de Checoeslovaquia en 1989 y de la República Checa en 1993
Nadie, Václav Havel tampoco, nace siendo un demócrata. Ser demócrata es una opción y, en las condiciones que vivió Havel, se trataba de una opción ética.
Václav Havel, nacido el año 1936, proviene de una familia relativamente acomodada. Como otros escritores checoeslovacos pudo haber llevado una vida intelectual en París o Londres. Méritos no le faltaban. Talentoso escritor, sus primeros libros – “La fiesta” (1963) y “el Memorándum” (1965)- en los que se reconoce desde las primeras líneas el influjo kafkiano, tuvieron un pronto éxito.
Havel también podría haberse convertido en un acólito literario de la dictadura comunista. E invitaciones no le faltaron. O podría haber sido un intelectual complaciente, de esos que se permiten de vez en cuando ciertas críticas, pero sin cuestionar a fondo al régimen.
Václav Havel, lo ha repetido él muchas veces, no fue a la resistencia a defender una ideología o un sistema económico. Fue simplemente porque el régimen le impedía decir lo que él pensaba debía decir. Porque Havel, como escritor o político ha sido un hombre de pensamiento, y por lo mismo, de palabra. De este modo comprendió rápidamente que sin libertad de prensa no podía haber libertad de pensamiento. Es por esa razón que junto a él se agrupó una generación de intelectuales que no soportaban el ahogo mental a que los sometía la dictadura. Así fue que cuando ellos no estaban en prisión, pasaban sus días en los cafés, redactando panfletos, documentos, haciendo uso de la palabra oral y escrita: disintiendo y resistiendo en medio del humo de esos cigarrillos que terminaron provocando en Havel un cáncer feroz.
Tanto el grupo Carta 77 como el Foro Cívico de 1989 liderados ambos por Havel, fueron movimientos culturales que pusieron en la primera línea la lucha por la libertad de opinión y de prensa. Alrededor de esos pocos que supieron resistir se congregaron después las multitudes que a fines de los ochenta pusieron fin al socialismo del siglo XX: milagro histórico que los engrandece aún más porque, antes de la llegada de Gorbachov al gobierno de las URSS, no había ningún indicio de que Checoeslovaquia pudiera alguna vez salir de la dictadura comunista. A Havel nunca le pasó por la cabeza la idea de que podía ser presidente de una nación democrática. Si luchaba en contra de la dictadura era simplemente porque no podía hacer otra cosa. Hay seres que son así.
2. 
La razón por la cual Havel no se identifica con ninguna ideología moderna (socialista o liberal) se deduce del sentido de su propia lucha. Las dictaduras comunistas eran, en efecto, dictaduras ideológicas, y la ideología principal era que el mundo socialista se encontraba en abierta contradicción con el capitalista. Los capitalistas eran, para los dictadores comunistas, todos aquellos que por diversas razones disentían de las dictaduras. Para Havel y quienes lo rodeaban, no se trataba en cambio de una lucha entre el comunismo y el capitalismo. No deja de ser interesante que, precisamente en un estudio económico de Havel titulado: “La economía de la propia responsabilidad” escribiera el Presidente: “Nunca en mi vida me he identificado con alguna ideología, creencia o doctrina, sean de derecha o de izquierda, ni tampoco con un sistema cerrado de pensamiento sobre el mundo”. Efectivamente, nunca estuvo a favor de una dictadura.
La que Havel y los suyos llevaron a cabo, y eso es algo muy diferente, era una lucha por las libertades políticas. Esas libertades políticas pueden ser negadas en una nación capitalista o en otra socialista, y ejemplos de lo uno y de lo otro hay suficientes. Tampoco se trataba, la que tenía lugar en las naciones comunistas, de una lucha entre la izquierda y la derecha. Havel entendió rápidamente que derecha e izquierda son agrupaciones políticas que sólo pueden funcionar en un orden donde el Parlamento es una entidad autónoma y en ningún caso dependiente del Ejecutivo. Cuando no hay independencia de poderes que regulen las contiendas políticas, no hay izquierda ni derecha: hay simplemente partidarios de la libertad y partidarios de la tiranía. Así de simple.
Profundamente religioso, Havel no necesita de una ideología para entender su lugar en el mundo. Su práctica tampoco estaba ligada a una estrategia de poder. Le bastaba simplemente con decir no a lo que consideraba indigno de ser vivido y así por lo menos dejar su testimonio personal. No sin razón llamó él, a la lucha que tan pocos libraban, con el sugestivo nombre de “política existencial”.
Todavía conmueve leer aquellas frases que desde la prisión escribió Havel a Olga (Cartas a Olga). En una de ellas se lee:
Puede que sea precisamente esa constante inseguridad respecto a mi lugar en “el orden de cosas” lo que me obliga una y otra vez, obstinadamente, a definir, desarrollar y reforzar mi posición, a defender y testimoniar mi verdad, a mantenerme en mis trece. Parece que cuanto más uno duda de sí mismo, tanta más energía ha de invertir en superar esas dudas y así defenderme ante mis propios tribunales” (12 de abril de 1981)
Rápidamente entendió Havel que las grandes ideologías cumplen la función de ocultar la realidad. Poseídos por una ideología, los hombres abandonan, según Havel, la realidad y se convierten en portavoces de visiones que no tienen ningún asidero en la vida. Las ideologías jamás se equivocan, y al no equivocarse, no permiten pensar pues sin equivocaciones no hay pensamientos. Así se explica porqué los seres ideologizados son personas tan aburridas, repetitivas, y sobre todo incultas. Esa es la razón por la cual todas las dictaduras son ideológicas, e incluso misioneras. El presente, para las dictaduras no cuenta: de ahí su desprecio por las vidas humanas, incluyendo las propias. De ahí también su inevitable crueldad. Porque toda ideología, al anidar en el futuro, es sacrificial.
Cuando los representantes de determinadas ideologías alcanzan el poder político, destruyen la realidad inmediata, y es por eso que todos han llevado a sus naciones a la ruina. Ejemplos hay decenas.
3.
Pero la nación donde vivía Havel estaba lejos de ser una del Tercer Mundo. Los jerarcas comunistas, a diferencias de los de Rumania o Bulgaria, podían incluso pavonearse de algunos éxitos en materia económica y social. Al momento de la caída del régimen, Checoeslovaquia mantenía una economía que si bien no era sólida, tampoco era catastrófica, y en comparación con la de otras naciones comunistas, la política social no era la peor. Esa fue una de las razones por las cuales los intelectuales occidentales, sobre todo aquellos que se sirven de paradigmas “progresistas”, como los que representan el liberalismo económico y el marxismo, no pudieron entender el sentido de las revoluciones antidictatoriales europeas de fines de los ochenta. Todavía no lo entienden. Es que para ellos la lucha por la libertad es sólo un “factor secundario”, en el caso del liberalismo económico; o una simple “superestructura”, en el caso marxista.
Václav Havel se vio permanente confrontado con argumentos que sostenían que su lucha no sólo no tenía sentido, sino que además era reaccionaria, pues llevaba a cuestionar los grandes “éxitos” económicos y sociales alcanzados durante el socialismo. Son, por lo demás, los mismos argumentos que emitían los economistas que apoyaban a las dictaduras de Pinochet o Videla en Sudamérica (detenimiento de la inflación, diversificación de los mercados, industrialización del agro).
La verdad es que si el ser humano fuese sólo un “Homo Economicus”, no habría ninguna razón para luchar en contra de ninguna dictadura. Si sólo eso contara, Hitler habría sido un gobernante “progresista”. En efecto, durante su dictadura fueron construidos “automóviles populares”, fue detenido el paro, fue superado el grave problema habitacional, hubo una notable redistribución del ingreso “hacia abajo”, fue establecido el sistema de seguro social más avanzado de Europa; el “pueblo” podía asistir gratis a los grandes espectáculos culturales, y los trabajadores de las empresas fabriles gozaban de vacaciones gratuitas en los balnearios de Alemania e Italia. Goebbels repetía, en muchos discursos, que gracias a Hitler el pueblo alemán, ignorado por gobiernos anteriores, se había convertido, por fin, en un protagonista decisivo de la historia nacional.
Ahora, sin intentar comparar a ninguna dictadura con la de Hitler (que es incomparable) hay que decir, sin embargo, que aquellos que buscan legitimar a dictadores siguen usando hoy día los mismos argumentos de Hitler (y de Stalin). No fueron esas, sin embargo, las razones que convencieron a Václav Havel. Para él y los suyos, la lucha por la libertad de ser lo que uno es, era lo que más contaba. Aún más: sin esa libertad, los más grandes éxitos alcanzados en materia económica y social estaban destinados a perecer, como ocurrió en la URSS. O como hoy ocurre en Corea del Norte y Cuba.
4.
Que Havel no es un ideólogo, no significa que no tiene ideas o ideales.
La diferencia entre ideas e ideologías es muy simple. Las ideologías son sistemas de ideas petrificadas con escasa comunicación metabólica con su mundo exterior. Las ideas en cambio, surgen del enfrentamiento con la realidad, la que se muestra a través de sus acontecimientos. Los ideales, a su vez, son ideas que se quiere aplicar en el futuro ya que en el presente todavía no son viables. Los ideales, a diferencia de las ideologías, son simples posibilidades. Las ideologías en cambio, dan por seguro su cumplimiento en el futuro. De este modo, mientras los ideales no sustituyen el presente por el futuro, las ideologías sí lo suplantan, y hasta tal punto que terminan desvalorizando e incluso negando el presente. En cierto modo, los ideales son deseos y por eso pueden ser comparados con los sueños, que son deseos encubiertos.
Uno de los textos políticos más importantes de Václav Havel lleva precisamente por título. “Por el futuro que yo sueño”. Allí Havel demuestra que sus sueños no surgieron de la nada sino que aparecieron como negación de la herencia que legó la dictadura comunista. Lo que él rechazaba reveló aquello que él deseaba, y no al revés. Esos sueños no eran un programa, pero sí, constituyen objetivos a realizar en el futuro inmediato. En gran medida, la mayoría de ellos ya han sido realizados.
No deja de ser interesante que entre sus sueños, el primero que nombra Havel es el de la rehabilitación de las ciudades. “La vida en las ciudades y aldeas” -escribía- “se revela como una reminiscencia de la era de la aridez total, de la monotonía, uniformidad, anonimidad y odiosidad. Todo eso deberá ser humanizado” (...) “las comunas y las ciudades volverán a recuperar su rostro, su civilidad, su buen gusto, su limpieza y su hermosura”.
Ese ideal urbano de Havel no sólo obedecía a una preocupación estética. Tampoco es puramente ecológico, aunque él fue uno de los presidentes europeos que más en serio tomó las propuestas de los movimientos ambientalistas. La rehabilitación de las ciudades, es decir, de las polis, tiene que ver, antes que nada, con la rehabilitación de la política. La polis, la ciudad, es el lugar de la política y por eso debe ser preocupación principal de los gobiernos y estados. Las calles malolientes, los basurales amontonados, los terrenos baldíos, la impune delincuencia, son hechos que no sólo tienen que ver con la mala administración o con la desidia burocrática o con el pésimo gusto de los jerarcas comunistas. Son, además, expresión demográfica de la destrucción de la política.
Sin polis no hay política. Pero sin política, tampoco hay polis. Despojada la ciudad de su carácter político, sus habitantes, al perder el gusto por la política, pierden el gusto por la ciudad. La ciudad deja de ser sentida como algo propio y es vista como algo ajeno; a lo sumo: como un simple lugar de residencia, y nada más. ¿Para que cuidar lo que no me pertenece o me ha sido arrebatado? Gran mérito de Havel fue, sin duda, hacer que Praga volviera a ser lo que fue antes del comunismo: la ciudad más bella de Europa.
Interesante son también los ideales de Havel en torno a la futura universidad checa. Como humanista que es, comprendió que las universidades no pueden ser instituciones al servicio de gobiernos y estados, sino entidades autónomas, libres y soberanas. Dicho ideal es en la mayoría de los países occidentales un bien entendido. La universidad no sólo es un centro de saber especializado sino, además, un espacio crítico de discusión que todo orden social necesita para reproducirse a sí mismo. De ahí que Havel se propuso, antes que nada, liberar a las universidades de los tentáculos del Estado. Así escribió: “El Estado nunca más será el distribuidor de cupos, a repartirse de acuerdo a las necesidades de aceptación y ocupación universitaria en función de supuestos planes quinquenales” (...) “nuestras universidades serán descentralizadas, serán diversas y pluralistas” (....) “Muchos podrán estudiar en el extranjero y después volverán a enseñar en nuestras escuelas”. La universidad, en fin, fue devuelta a la sociedad, y los estudiantes nunca más fueron los robots ideológicos que el Partido Único requería para afirmar su sistema de dominación socio militar. Ese objetivo ya sido alcanzado en la república checa; y con creces.
Muy importante para Havel era la formación de un auténtico empresariado nacional. La libre empresa –según su opinión- necesita de empresarios libres que, de acuerdo a determinadas reglas, compitan entre sí y dinamicen el aletargado mercado. “Ese sector” –subrayaba Havel– “será un motor importante de nuestra vida económica” (....) “Y así ellos ganarán el respeto de la sociedad que de nuevo entenderá que la propiedad no es una vergüenza ni un vicio, sino al contrario: una obligación y un instrumento al servicio del bien común” Más, un empresariado nacional no puede actuar libremente si no existe libertad de trabajo. En ese sentido, Havel se propuso como gobernante ayudar a la liberación de los trabajadores de las garras de un Estado que usurpando los intereses de “la clase obrera” los había sometido a un sistema de explotación más duro y gravoso que los que existían en los países capitalistas menos avanzados. Con la diferencia que en estos últimos, los trabajadores a través de sus propias organizaciones y partidos, podían y sabían defenderse. En la antigua Checoeslovaquia en cambio, y al igual que en el resto de los países comunistas, los trabajadores habían sido expropiados de sus organizaciones y subordinados bajo la férula del poder central. Tema tan importante y actual que merece ser tratado en el próximo apartado.
5.
Todavía no ha sido escrita la historia de la “clase obrera” en los países socialistas. Cuando se escriba, conoceremos una historia triste y dramática: la de la destrucción de las organizaciones obreras en nombre de la clase obrera. Destrucción que no sólo fue institucional, sino producto de innumerables masacres cometidas a los trabajadores existentes y reales. Esa historia comenzó precisamente en los momentos en que se iniciaba la revolución rusa: a fines de 1920 en la ciudad de Kronstadt, cuando los obreros y marinos portuarios iniciaron huelgas con el objetivo de que fueran aumentados sus salarios y mejoradas las miserables condiciones de trabajo. Para el efecto, redactaron un manifiesto que en lo sustancial apoyaba la ideología comunista. La respuesta de Lenin no pudo ser más brutal. A comienzos del año 1921, el Ejército Rojo, cometió en Kronstadt una de las masacres más espantosas que conoce la historia del movimiento obrero mundial. Aduciendo el consabido argumento relativo a que las manifestaciones obreras obedecían al mandato del capitalismo internacional, la soldadesca, dirigido entre otros por Leo Trotski, asesinó a miles y miles de obreros. Los sobrevivientes fueron llevados en cadenas a los por Lenin recién inaugurados campos de concentración de Siberia; allí continuaron muriendo, alejados de sus familias; de sus ciudades; de su propia historia.
La verdad es que masacres como las de Kronstadt (hubieron muchas similares bajo Stalin) ya estaban teóricamente programadas por Lenin, aún antes de la revolución rusa. El año 1902, escribió Lenin un texto que fue elevado después por Stalin a la categoría de clásico del marxismo. Se trataba del famoso “¿Qué hacer?”, lectura obligada en los cursos de formación de cuadros comunistas. En ese texto, Lenin revisó a Marx, aduciendo que “el proletariado” (léase, los trabajadores industriales) no son capaces de generar por sí solos una conciencia revolucionaria, pues ellos luchan por intereses económicos y no políticos (tradeunionistas). De ahí, deducía Lenin que la conciencia revolucionaria debe ser transportada desde afuera de la clase, a saber: por los intelectuales revolucionarios organizados en El Partido. En esas condiciones, el Partido del Proletariado está llamado a sustituir a los trabajadores existentes y reales. Las tesis de Lenin, como es sabido, provocaron indignación ente los socialistas alemanes, sobre todo en Rosa Luxemburgo quien adujo que llevadas las tesis de Lenin a sus consecuencias llegaría el día en que el Partido no sólo sustituiría a “la clase” sino, además, actuaría en contra de ella. Eso fue lo que sucedió en Kronstadt. Kronstadt, en fin, ya estaba programado en el “¿Qué hacer?” de Lenin (libro regalado por el Presidente venezolano Chávez al Presidente Obama ¡!)
La historia del comunismo es también la historia de la destrucción de las organizaciones obreras en nombre de la clase obrera. Es una historia repetida sin cesar. Ocurrió el 16 de junio de 1953 en las calles de las ciudades de la RDA, sobre todo en Berlín, cuando la tropa disparó sobre miles de manifestantes obreros. Las calles de Berlín fueron pavimentadas por una masa sangrienta de trabajadores convertidos en cadáveres. Ocurrió en 1956, en el también sangriento “octubre polaco”. Ocurrió el 1956 en las calles de Budapest, cuando después de la masacre cometida por el Ejército Rojo, cadáveres agonizantes de obreros eran arrojados a las aguas del Danubio. Ocurrió en la Praga del 1968, cuando las recién formadas organizaciones obreras fueron destruidas y los dirigentes, entre ellos Václav Havel, enviados a prisión. Estuvo a punto de ocurrir en 1981 en Polonia, con el golpe de estado anti obrero llevado a cabo por el general Jaruzelzky. La prudencia del general golpista y la habilidad política de Lech Walesa impidieron otra descomunal masacre.
Gracias al Solidarnosc de Walesa, tuvo lugar, por fin, la primera revolución obrera de la historia europea. La paradoja es que esa revolución surgió en contra de un Estado que decía ser de”los trabajadores”. Se explica entonces, porque uno de los primeros sueños del presidente checo Václav Havel, fue el de liberar a los trabajadores de su país de un Estado que los había secuestrado para hablar en su nombre.
La misma circunstancia tuvo lugar en la Cuba de los hermanos Castro, justo en los comienzos de la revolución. Se trata de un capítulo que ha sido borrado definitivamente de la historia oficial cubana. Ese capítulo ocurrió a fines del año 1959, cuando el Movimiento 26 de Julio dirigido por Fidel Castro intervino directamente en los sindicatos obreros.
Los obreros estaban, en ese tiempo, divididos en dos fracciones. Una esencialmente sindicalista, dirigida por Eusebio Mujal. Otra, la comunista. Castro, que en ese entonces tenía una actitud antisoviética, se propuso destruir ambas fracciones, nombrando como interventor del Estado a David Salvador. Luego de destituir y encarcelar a Mujal, acusado de colaborar con Batista, Castro, a través de Salvador, inició la persecución de dirigentes sindicales. Víctimas no fueron sólo los “mujalistas” sino, además, varios comunistas. Para el efecto, realizó, como es su costumbre, una jugada diabólica: nombró como Ministro del Trabajo a un militante filo-comunista: Augusto Martinez Sanchez. De este modo, los sindicatos de Cuba fueron primero, estatizados, y después militarizados. De nada valió la resistencia de algunos veteranos cuadros sindicales. La decisión de estatizar las organizaciones obreras la tomó Fidel Castro en persona durante el X (y último) Congreso de la Federación del Trabajo, el día 18 de noviembre de 1959. Dicha decisión se vio facilitada porque, en esos mismos días Castro ya actuaba militarmente en contra de las alas democráticas del 26 de Julio, representadas en la persona del héroe de la revolución Huber Matos quien fue encarcelado y condenado a más de veinte años de prisión. Su delito: pensar diferente al nuevo dictador. Muchos dirigentes obreros fueron a parar a las cárceles de los Castro. Desde ese tiempo data la fraterna división del trabajo que mantuvieron Fidel y Raúl. Fidel destituía dirigentes y Raúl los retiraba de la vía pública. Así fue como Fidel Castro realizó en Cuba el sueño de los capitalistas más salvajes: crear un país sin organizaciones obreras, sin derecho ni a reunión, ni a huelgas.
Muy diferente ha sido el sueño de personas como Vaclav Havel. Su propósito inmediato fue liberar a los obreros del Estado, restituir sus derechos a los trabajadores, ayudar a la creación de organizaciones obreras, autónomas e independientes.
Cuando por primera vez asumió la presidencia, Havel se encontró con una situación catastrófica entre los trabajadores. No sólo no tenían organizaciones. Habían, perdido, además, sus condiciones ciudadanas. “El régimen anterior” –escribió Havel- “intentó presentarse como la dominación de los trabajadores. Aquello que logró fue reducir el valor del trabajo, su destino y su significado llevado a tan baja condición, que los trabajadores perdieron aquello que para cada ser humano es tan infinitamente importante: la conciencia del sentido de su propio trabajo”.
6.
Así como ocurrió con los trabajadores fabriles, ocurrió con los trabajadores rurales, y en general, con la mayoría de los habitantes de la nación checoeslovaca. En nombre de una ideología, los trabajadores fueron expropiados no sólo de sus bienes materiales, sino que, lo que es peor: de sus valores espirituales.
Construir una nueva infraestructura técnica e iniciar un desarrollo económico más dinámico no ha sido el problema más difícil en los países post- comunistas. Devolver el sentido de la vida, la dignidad de ser a un humano, sí, el deseo de luchar por sus propios intereses, en fin, restituir la condición política arrebatada tan brutalmente por aquellos que imaginaron ser los depositarios de las leyes de la historia, ha sido un camino más largo y mucho más difícil.
Bajo el sugestivo título de “Política como ética practicable” escribió Václav Havel un breve ensayo en donde podemos leer el siguiente párrafo que en sí condensa, no su ideología -que nunca la tuvo- sino su posición frente a la vida: 
“Estoy convencido que no podemos construir un Estado de derecho ni un Estado democrático si es que no construimos al mismo tiempo –aunque ello suene poco científico en los oídos de los politólogos- un Estado humano, ético, espiritual y cultural. Las mejores leyes y los mecanismos democráticos mejor concebidos no nos pueden entregar nada: ni siquiera legalidad, tampoco la libertad, ni aún los derechos humanos, si todo eso no está garantizado por determinados valores sociales y humanos”.

Autor  Dr. Fernando Mires.
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jueves, 3 de noviembre de 2011

¿Hemos entrado en una nueva era?

Claro, sencillo, facil de entender articulo de Paul Kennedy de la Universidad de Yale,que ubica en su contexto real lo que sucede en el mundo. Por supuesto que esto se aplica con fuerza al mundo denominado civilizado u occidental,porque el ritmo de vida ,preocupaciones y cultura de los paises considerados "primitivos", ätrasados"o  "no desarrollados "  lleva la misma senda que sus confgeneres planetarios: aumento desorbitante de la pobreza y las calamidades provocadas por varias causas,entre ellas la mala vision de los politicos y el cambio climatico de remate.

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¿Hemos entrado en una nueva era?

La disminución del peso del dólar, la desintegración de los sueños europeos, la carrera armamentística en Asia y la parálisis de la ONU son indicadores de cambio que anuncian que hemos cruzado una línea divisoria histórica

PAUL KENNEDY 03/11/2011

Un parteaguas es una línea divisoria de aguas, un límite entre dos zonas en las que las aguas caen en direcciones opuestas. La palabra puede emplearse también para describir un fenómeno histórico y político: un hito, un momento trascendental, el instante en el que las actividades y circunstancias humanas atraviesan la línea divisoria que separa una época de la siguiente. Mientras ocurre, son muy pocos los contemporáneos que se dan cuenta de que han entrado en una nueva era, a no ser, claro está, que el mundo esté saliendo de una guerra cataclísmica, como las de Napoleón o la II Guerra Mundial. Pero esas transformaciones históricas tan bruscas no son el objeto de este artículo.

Lo que nos interesa aquí es la lenta acumulación de fuerzas transformadoras, en su mayor parte invisibles, casi siempre impredecibles, que, tarde o temprano, acaban convirtiendo una época en otra distinta. Nadie que viviera en 1480 podía reconocer el mundo de 1530, 50 años después; un mundo de naciones-estado, la ruptura de la cristiandad, la expansión europea hacia Asia y las Américas, la revolución de Gutenberg en las comunicaciones. Tal vez fue la mayor línea divisoria histórica de todos los tiempos, al menos en Occidente.
Ya no resulta fantasioso imaginar un mundo con tres grandes divisas de reserva: dólar, euro y yuan
Asia da un paso al frente en el escenario, mientras Europa se convierte en un coro distante
Existen otros ejemplos, por supuesto. Cualquiera que viviera en Inglaterra en 1750, antes de que se generalizase el uso de la máquina de vapor, se habría quedado estupefacto al ver sus usos 50 años después: ¡había llegado la Revolución Industrial! En ocasiones, las transformaciones entre una era y otra son incluso más rápidas, como ocurrió con el épico periodo entre 1919 y 1939. A principios de los años treinta, la democracia estaba desgastada, y la economía mundial, en descomposición, pero ¿quién podía imaginar que eso iba a desembocar en guerra y holocaustos?

¿Y qué ocurre hoy? Muchos periodistas y expertos en tecnología destacan con entusiasmo la actual revolución en las telecomunicaciones -teléfonos móviles, iPad y otros artilugios- y sus consecuencias para los Estados y los pueblos, para las autoridades tradicionales y los nuevos movimientos de liberación. De ello hay pruebas evidentes, por ejemplo, en todo Oriente Próximo e incluso en el movimiento Occupy Wall Street, aunque habría que preguntarse si alguno de los profetas de las altas tecnologías que proclaman la nueva era en la política internacional se ha molestado jamás en estudiar las repercusiones de la imprenta de Gutenberg o las charlas radiofónicas de Roosevelt que oían decenas de millones de estadounidenses en los inquietantes años treinta y primeros cuarenta del siglo pasado.
Cada era está fascinada por sus propias revoluciones tecnológicas, de modo que voy a centrarme en algo bastante distinto: los indicadores de cambio que señalan que estamos acercándonos -o tal vez incluso las hayamos cruzado- a ciertas líneas divisorias históricas en el duro mundo de la economía y la política.

El primer indicador es la erosión constante del dólar estadounidense como divisa única o dominante de reserva en el mundo. Quedaron atrás los tiempos en los que el 85% o más de las reservas de divisas internacionales consistían en billetes verdes; las estadísticas fluctúan enormemente, pero la cifra actual se aproxima más al 60%. Pese a los problemas económicos de Europa e incluso China, ya no resulta fantasioso imaginar un mundo en el que haya tres grandes divisas de reserva -el dólar, el euro y el yuan-, con algunas alternativas menores como la libra esterlina, el franco suizo y el yen japonés. La idea de que la gente va a seguir acudiendo al dólar como "refugio" no se sostiene al ver que el país está cada vez más endeudado con acreedores extranjeros. Ahora bien, un mundo con varias divisas de reserva, ¿ofrecerá más o menos estabilidad financiera?

La segunda transformación es la erosión y la parálisis del proyecto europeo, es decir, el sueño de Jean Monnet y Robert Schuman de que las heterogéneas naciones-Estado de Europa se unieran en un firme proceso de integración comercial y fiscal, primero, y luego mediante una serie de compromisos serios e irreversibles de trabajar para un continente políticamente unido. Las instituciones encargadas de hacer realidad ese sueño -el Parlamento Europeo, la Comisión, el Tribunal de Justicia- ya existen, pero la voluntad política de darles auténtica vida se ha desvanecido, tristemente debilitada por el mero hecho de que unas políticas fiscales nacionales muy diferentes son incompatibles con la divisa europea común. Para decirlo claro, Alemania y Grecia, con sus respectivos historiales presupuestarios, no pueden ir juntas hacia unos Estados Unidos de Europa; pero nadie parece tener la respuesta a esta dicotomía, salvo para empapelar las grietas con más eurobonos y préstamos del FMI.
En otras palabras, los europeos no tienen ni el tiempo, ni la energía, ni los recursos para dedicarse a nada que no sean sus propios problemas. Eso significa que existen muy pocos observadores en el continente que hayan estudiado la que podría ser la tercera gran transformación de nuestros días: la enorme carrera de armamentos que está desarrollándose en la mayor parte del este y el sur de Asia.

Mientras los Ejércitos europeos están convirtiéndose en una especie de gendarmerías locales, los Gobiernos asiáticos están construyendo armadas para navegar en aguas profundas y nuevas bases militares, adquiriendo aviones cada vez más avanzados y probando misiles de alcance cada vez mayor. Los escasos debates que hay se centran en el refuerzo militar de China, pero mucho menos en el hecho de que Japón, Corea del Sur, Indonesia, India e incluso Australia están imitando su ejemplo.

Si la desaceleración del crecimiento económico, los daños al medio ambiente y el desgaste del tejido social en China empujan a sus futuros dirigentes a hacer demostraciones de fuerza en el extranjero -por ahora, la verdad, sus líderes son muy cautelosos-, sus vecinos están preparándose para responder con firmeza. ¿Alguien en Bruselas sabe -o le importa- que 500 años de historia, que representan el mundo de 1500, están a punto de terminarse? Asia se dispone a dar un paso al frente en el escenario, mientras que Europa se convierte en un coro distante. ¿No será este fenómeno, para los historiadores futuros, otra línea divisoria de inmensa importancia en los asuntos internacionales?

El cuarto cambio es, por desgracia, la lenta, firme y creciente decrepitud de Naciones Unidas, en especial de su órgano más importante, el Consejo de Seguridad. La Carta de la ONU se redactó con sumo cuidado para ayudar a que la familia de las naciones disfrutara de paz y prosperidad después de los terribles males del periodo 1937-1945. Pero la Carta era un riesgo calculado: al reconocer que las grandes potencias de 1945 tenían derecho a que se les concediera un papel desproporcionado (como el veto y el sitio permanente en el Consejo), los redactores, sin embargo, confiaban en que los cinco Gobiernos supieran trabajar juntos para hacer realidad los altos ideales de la institución mundial. La guerra fría echó por tierra esas esperanzas, y la caída de la URSS las revivió, pero ahora están volviendo a desaparecer por el cínico abuso del poder de veto.

Cuando China y Rusia vetan cualquier medida para impedir que el repugnante régimen sirio de El Assad siga matando a sus propios ciudadanos, y cuando Estados Unidos veta cualquier resolución para detener el avance de Israel en tierras palestinas, la organización mundial pierde su razón de ser. Y da la impresión de que a Moscú, Pekín y Washington les parece bien.

Hemos visto la disminución del peso del dólar, la desintegración de los sueños europeos, la carrera armamentística en Asia y la parálisis del Consejo de Seguridad de la ONU cada vez que se amenaza con un veto; ¿acaso no indican todas estas cosas que estamos entrando en terreno desconocido, en un mundo agitado, y que, en comparación con él, la visible alegría de los clientes que salen de una tienda Apple con un dispositivo nuevo resulta, no sé, tonta y sin importancia?

Es como si estuviéramos de nuevo en 1500, saliendo de la Edad Media hacia el mundo moderno, cuando las multitudes se maravillaban ante cualquier arco nuevo, más grande y más poderoso. ¿No deberíamos tomarnos nuestro mundo un poco más en serio?
 
( Paul Kennedy ocupa la cátedra Dilworth de Historia y es director de Estudios sobre Seguridad Internacional en la Universidad de Yale. © 2011, Tribune Media Services, INC Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia).

Fuente: El Pais.
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miércoles, 26 de octubre de 2011

USA and the End of Wars...



By George Friedman
In a week when the European crisis continued building, the White House chose publicly to focus on announcements about the end of wars. The death of Moammar Gadhafi was said to mark the end of the war in Libya, and excitement about a new democratic Libya abounded. Regarding Iraq, the White House transformed the refusal of the Iraqi government to permit U.S. troops to remain into a decision by Washington instead of an Iraqi rebuff.
Though in both cases there was an identical sense of “mission accomplished,” the matter was not nearly as clear-cut. The withdrawal from Iraq creates enormous strategic complexities rather than closure. While the complexities in Libya are real but hardly strategic, the two events share certain characteristics and are instructive.

Libya After Gadhafi

Let us begin with the lesser event, Gadhafi’s death. After seven months of NATO intervention, Gadhafi was killed. That it took so long for this to happen stands out, given that the intervention involved far more than airstrikes, including special operations forces on the ground targeting for airstrikes, training Libyan troops, managing logistics, overseeing communications and both planning and at times organizing and leading the Libyan insurgents in battle.
Perhaps this length of time resulted from a strategy designed to minimize casualties at the cost of prolonging the war. Alternatively, that it took seven months to achieve this goal might reflect the extent of the insurgents’ division, poor training and incompetence. Whatever the reason, the more important question is what NATO thinks it has accomplished with Gadhafi’s death, as satisfying as that death might be.
The National Transitional Council (NTC), the umbrella organization crafted to contain the insurgents, is in no position to govern Libya by any ideology, let alone through constitutional democracy. Gadhafi and his supporters ruled Libya for 42 years; the only people in the NTC with any experience with government gained that experience as ministers or lesser officials in Gadhafi’s government. Some may have switched sides out of principle, but I suspect that most defected to save themselves. While the media has portrayed many of these ex-ministers as opponents of Gadhafi, anyone who served him was complicit in his crimes.
These individuals are the least likely to bring reform to Libya and the most likely to constitute the core of a new state, as they are the only Libyans who know what it means to govern. Around them is an array of tribes living in varying degrees of tension and hostility with each other and radical Islamists whose number and capabilities are unknown, but whose access to weapons can be assumed. It also is safe to assume that many of those weapons, of various types of lethality, will be on the black market in the region in short order, as they may already be.
Gadhafi did not rule for 42 years without substantial support, as the tenacity of those who fought on his behalf suggests. (The defense of Sirte could well be described as fanatical.) Gadhafi is dead, but not all of his supporters are. And there are other elements within the country who may not be Gadhafi supporters but are no less interested in resisting those who are now trying to take charge — and resisting anyone perceived to be backed by Western powers. As with the conquest of Baghdad in 2003, what was unanticipated — but should not have been — was that a variety of groups would resist the new leaders and wage guerrilla war.
Baghdad taught that overwhelming force must be brought to bear in any invasion such that all opposition is eliminated. Otherwise, opponents of foreign occupation — along with native elements with a grudge against other natives — are quite capable of creating chaos. When we look at the list of NTC members and try to imagine them cooperating with each other and when we consider the number of Gadhafi supporters who are now desperadoes with little to lose, the path to stable constitutional democracy runs either through NATO occupation (unofficial, of course) or through a period of intense chaos. The most likely course ahead is a NATO presence sufficient to enrage the Libyan people but insufficient to intimidate them.
And Libya is not a strategic country. It is neither large in population nor geographically pivotal. It does have oil, as everyone likes to point out, and that makes it appealing. But it is not clear that the presence of oil increases the tendency toward stability. When we look back on Iraq, an oil-rich country, oil simply became another contentious issue in a galaxy of contentious issues.

The Lesson of Baghdad

Regarding Libya, I have a sense of Baghdad in April 2003. U.S. President Barack Obama’s announcement of a complete U.S. withdrawal from Iraq gives us a sense of what lies at the end of the tunnel of the counterinsurgency. It must be understood that Obama did not want a total withdrawal. Until just a few weeks before the announcement, he was looking for ways to keep some troops in Iraq’s Kurdish region. U.S. Defense Secretary Leon Panetta went to Iraq wanting an agreement providing for a substantial number of U.S. troops in Iraq past the Dec. 31 deadline for withdrawal.
While the idea did appeal to some in Iraq, it ultimately failed. This is because the decision-making structure of the Iraqi government that emerged from U.S. occupation and the war is so fragmented it has failed even to craft a law on hydrocarbons, something critical to the future of Iraq. It was therefore in no position to reach consensus, or even a simple majority, over the question of a continued presence of foreign troops. Many Iraqis did want a U.S. presence, particularly those concerned about their fate once the United States leaves, such as the Kurds and Sunnis. The most important point is not that the Iraqis decided they did not want troops; it is that the Iraqi government was in the end too incoherent to reach any decision.
The strategic dimension to this is enormous. The Iranians have been developing their influence in Iraq since before 2003. They have not developed enough power to control Iraq outright. There are too many in Iraq, even among the Shia, who distrust Iranian power. Nevertheless, the Iranians have substantial influence — not enough to impose policies but enough to block any they strongly object to. The Iranians have a fundamental national security interest in a weak Iraq and in the withdrawal of American forces, and they had sufficient influence in Baghdad to ensure American requests to stay were turned down.
Measuring Iranian influence in Iraq is not easy to do. Much of it consists of influence and relationships that are not visible or are not used except in urgent matters. The United States, too, has developed a network of relationships in Iraq, as have the Saudis. But the United States is not particularly good at developing reliable grassroots supporters. The Iranians have done better because they are more familiar with the terrain and because the price for double-crossing the Iranians is much higher than that imposed by the United States. This gives the Iranians a more stable platform from which to operate. While the Saudis have tried to have it both ways by seeking to maintain influence without generating anti-Saudi feeling, the Iranian position has been more straightforward, albeit in a complex and devious way.
Let us consider what is at stake here: Iran has enough influence to shape some Iraqi policies. With the U.S. withdrawal, U.S. allies will have to accommodate themselves both to Iran and Iran’s supporters in the government because there is little other choice. The withdrawal thus does not create a stable balance of power; it creates a dynamic in which Iranian influence increases if the Iranians want it to — and they certainly want it to. Over time, the likelihood of Iraq needing to accommodate Iranian strategic interests is most likely. The possibility of Iraq becoming a puppet of Iran cannot be ruled out. And this has especially wide regional consequences given Syria.

The Role of Syria

Consider the Libyan contrast with Syria. Over the past months, the Syrian opposition has completely failed in bringing down the regime of President Bashar al Assad. Many of the reports received about Syria originate from anti-Assad elements outside of Syria who draw a picture of the impending collapse of the regime. This simply hasn’t happened, in large part because al Assad’s military is loyal and well organized and the opposition is poorly organized and weak. The opposition might have widespread support, but sentiment does not defeat tanks. Just as Gadhafi was on the verge of victory when NATO intervened, the Syrian regime does not appear close to collapse. It is hard to imagine NATO intervening in a country bordering Turkey, Iraq, Jordan, Israel and Lebanon given the substantial risk of creating regional chaos. In contrast, Gadhafi was isolated politically and geographically.
Syria was close to Iran before the uprising. Iran has been the most supportive of the Syrian regime. If al Assad survives this crisis, his willingness to collaborate with Iran will only intensify. In Lebanon, Hezbollah — a group the Iranians have supported for decades — is a major force. Therefore, if the U.S. withdrawal in Iraq results in substantial Iranian influence in Iraq, and al Assad doesn’t fall, then the balance of power in the region completely shifts.
This will give rise to a contiguous arc of Iranian influence stretching from the Persian Gulf to the Mediterranean Sea running along Saudi Arabia’s northern border and along the length of Turkey’s southern border. Iranian influence also will impact Israel’s northern border directly for the first time. What the Saudis, Turks and Israelis will do about this is unclear. How the Iranians would exploit their position is equally unclear. Contrary to their reputation, they are very cautious in their overt operations, even if they take risks in their covert operations. Full military deployment through this region is unlikely for logistical reasons if nothing else. Still, the potential for such a deployment, and the reality of increasingly effective political influence regardless of military movement, is strategically significant. The fall of al Assad would create a firebreak for Iranian influence, though it could give rise to a Sunni Islamist regime.
The point here, of course, is that the decision to withdraw from Iraq and the inability to persuade the Iraqi government to let U.S. forces remain has the potential to change the balance of power in the region. Rather than closing the book on Iraq, it simply opens a new chapter in what was always the subtext of Iraq, namely Iranian power. The civil war in Iraq that followed the fall of Saddam Hussein had many dimensions, but its most strategically important one was the duel between the United States and Iran. The Obama administration hopes it can maintain U.S. influence in Iraq without the presence of U.S. troops. Given that U.S. influence with the presence of troops was always constrained, this is a comforting, though doubtful, theory for Washington to consume.
The Libyan crisis is not in such a high-stakes region, but the lesson of Iraq is useful. The NATO intervention has set the stage for a battle among groups that are not easily reconciled and who were held together by hostility to Gadhafi and then by NATO resources. If NATO simply leaves, chaos will ensue. If NATO gives aid, someone will have to protect the aid workers. If NATO sends troops, someone will attack them, and when they defend themselves, they will kill innocents. This is the nature of war. The idea of an immaculate war is fantasy. It is not that war is not at times necessary, but a war that is delusional is always harmful. The war in Iraq was delusional in many ways, and perhaps nowhere more than in the manner in which the United States left. That is being repeated in Libya, although with smaller stakes.
In the meantime, the influence of Iran will grow in Iraq, and now the question is Syria. Another NATO war in Syria is unlikely and would have unpredictable consequences. The survival of al Assad would create an unprecedented Iranian sphere of influence, while the fall of al Assad would open the door to regimes that could trigger an Israeli intervention.
World War II was nice in that it offered a clean end — unless, of course, you consider that the Cold War and the fear of impending nuclear war immediately succeeded it. Wars rarely end cleanly, but rather fester or set the stage for the next war. We can see that clearly in Iraq. The universal congratulations on the death of Moammar Gadhafi are as ominous as all victory celebrations are, because they ignore the critical question: Now what?

Read more: Libya and Iraq: The Price of Success | STRATFOR
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Venezuela, un callejón CON salida

Fernando Mires: Venezuela, un callejón CON salida






“La clave de la derrota de Chávez, o lo que es parecido: el camino hacia la salida del callejón comienza con las primarias que realizará la oposición en Febrero del 2012”

¿Sobre qué escribir?
Cada vez que viajo a Venezuela resisto a duras penas la tentación de escribir sobre muchísimos temas. Ya en el aeropuerto imaginé, por ejemplo, redactar un artículo sobre ese enjambre formado por el personal, todos con camisas rojas en cuyo reverso se leen consignas de “la revolución” y que me recuerdan a los “chicos” que hacen propaganda a la salida de los supermercados. O sobre el espectáculo que ofrece desde la ventanilla del automóvil esos cientos de casas derrumbándose unas sobre otras. ¿Cómo se las arregla un gobierno “socialista” disponiendo de tan grandes recursos para aumentar de modo exponencial la miseria urbana, por lo menos la visual?
¿O escribiré sobre las calles atestadas de basura, barrios que otrora fueron hermosos, convertidos en charcas nauseabundas? O cuando llego al hotel y enciendo el televisor y me pregunto ¿deberé escribir sobre la propaganda insulsa, aburrida, monótona de los canales estatales, tan similar a la que se calan todos los días los cubanos que todavía no han podido huir de la Isla de la Felicidad? Y a propósito de cubanos: ¿He de escribir sobre el insulto a la soberanía de Venezuela cuando, no pudiendo yo todavía creerlo, miro esa fotografía que muestra como en el Fuerte Paramacay fue izada la bandera cubana antes que la venezolana?
¿O tendré que escribir que cuando intenté cambiar unos pocos euros para beber algún “marrón” en la calle, el vendedor insistió en darme 12 bolívares y no 5 por euro como reza el cambio “oficial”? ¿Escribir por ejemplo que ahí entiendo, por fin, eso del “capitalismo popular”? Venezuela, la de hoy es, en efecto, la síntesis perfecta de lo peor del “socialismo real” con lo más malo del “capitalismo salvaje”. Casi una hazaña tan grande como lograr la inflación más alta del continente contando con uno de los ingresos externos más millonarios del planeta.
Llego a la Universidad y encuentro a mis antiguos amigos y colegas ¿Escribiré que los veo cansados, algunos de ellos ya enfermos? El gobierno se ha propuesto, evidentemente, destruir el sistema universitario, núcleo de la inteligencia nacional. Desde el año 2007 rige el mismo presupuesto universitario en el marco de una inflación cuyo promedio galopa desde el 30 al 35%. La mayoría de los académicos viven endeudados; el dinero simplemente no les alcanza. Algunos procuran trabajos adicionales pero con ello son afectadas las áreas de la investigación y de la enseñanza. Si el gobierno gana las elecciones presidenciales del 2012 no tendrán más alternativa que emigrar, o simplemente rendirse y aceptar las condiciones que impongan los incultos del régimen. Para los últimos, la destrucción de la universidad significa –en su lenguaje militar- ocupar estratégicamente uno de los bastiones de la “burguesía”. Pero hoy, pese a su importancia, no voy a escribir tampoco sobre eso.
Hoy voy a escribir sobre el tema que domina todas las conversaciones. Voy a escribir sobre las próximas elecciones. La razón es simple: Venezuela, desde un punto de vista político es un callejón. Sin elecciones sería un callejón sin salida. Las elecciones son, sin embargo, la salida del callejón ¿Salida hacia dónde?- me preguntó más de alguien. -No tengo la menor idea –respondí- puede ser incluso hacia el infierno, o hacia el abismo, pero es una salida. Por lo demás, no hay otra alternativa.

¿Las elecciones, salida del callejón?
El Presidente se encuentra lanzado desde hace más de un año en plena campana electoral. Su principal objetivo, diría: su único objetivo, es derrotar (demoler, dice él) a la oposición para, libre de trabas electorales, comenzar a construir al fin –después de 12 años de vacaciones- el “socialismo del siglo XXl”. Chávez ve, indudablemente, su para él seguro triunfo electoral de Octubre del 2012 como el triunfo definitivo de la revolución. “La madre de todas las batallas electorales” tendrá lugar el 2012 y la oposición lo sabe tan bien como Chávez, y es por eso que, en la medida de sus menguadas posibilidades, ordena sus filas, ajusta sus programas, imagina sus consignas. En el 2012 se jugarán la vida; no la biológica, por supuesto; pero sí la ciudadana. La vida de ellos y la de las generaciones futuras también.
Leyendo el texto de Margarita López Maya publicado en esta misma edición de POLIS confirmo lo que sabía: la contienda será extremadamente desigual. Además del control y dominio que ejerce el Presidente sobre los medios visuales, cuenta con el barril sin fondo que es ese tesoro público destinado a vaciarse a favor de Chávez durante cada elección.
Meses antes de la elección –ocurre siempre en la Venezuela de Chávez- habrá súbitos aumentos de sueldos; neveras y televisores caerán como maná del cielo en los barrios pobres y, como en otras ocasiones, hasta dinero en efectivo correrá por las calles. Por si fuera poco, el ejecutivo ejerce control total sobre el aparato judicial. El aparato electoral como ya sabemos, no emite ningún resultado sin la venia previa del Presidente. El contingente de empleados y obreros estatales es inmenso y en cada movilización donde intervenga Chávez será movilizado en autobuses - de pueblo a pueblo; de departamento a departamento; de provincia a provincia- so pena de sufrir sanciones según listas que confeccionen los funcionarios (sobre todo cubanos) de la seguridad interior. El ejército y policía chavistas cercarán las movilizaciones de la oposición y abrirán las más amplias avenidas a las del gobierno. Si a ello sumamos los grupos de choque adictos al régimen (pelotones, escuadras, milicias “populares” y batallones de civiles armados) cabe esperar que el chavismo copará las calles centímetro por centímetro, lugar por lugar, esquina por esquina, bombo con platillo. Y si leemos, además, el artículo dNelly Arenas también publicado en POLIS, sabremos como el gobierno ha convertido las llamadas misiones, concejos comunales, comunas, círculos bolivarianos, y otras “organizaciones populares”, en instituciones corporativas dependientes ya no sólo del Estado sino de la propia persona del Presidente. Todo eso y mucho más ya lo saben los venezolanos, chavistas o no.
Si tuviéramos que hacer una comparación futbolística tendríamos que decir entonces que el oficialismo aparecerá en la contienda electoral como el Real Madrid con toda su dotación, y el adversario como un simple y modesto equipo de barrio. No obstante, y a esa alternativa le estoy apostando, no sería ésta la primera vez en que, tanto en el fútbol como en la política, los que aparecen como menos favoritos dan la sorpresa final. Los mismos venezolanos ya vieron como Venezuela ganó a Argentina 1:0 en las eliminatorias hacia el mundial de Brasil.
Como suele suceder en todas partes hay en Venezuela algunos opositores optimistas, otros pesimistas, y una gran mayoría que se debate en la más profunda de las incertidumbres. Tanto optimistas como pesimistas argumentan con buenas razones. Los optimistas aducen que la gestión del gobierno ha sido catastrófica en todos los rubros, sobre todos en los de empleo, justicia social, seguridad pública, educación, salud, vivienda, y muchos más. A ello se suma la absoluta falta de transparencia, lo que evidentemente oculta uno de los saqueos más espectaculares a las arcas fiscales que haya ocurrido en alguna nación. La “boli-burguesía”, como llaman los venezolanos al chavismo estatal, es ya una nueva clase social no dirigente, pero sí dominante.
Teodoro Petkoff, a quien siempre hay que tomar en serio, refuerza el partido de los optimistas con dos tesis fundamentales. La primera: nunca el gobierno ha estado peor y nunca la oposición ha estado mejor que ahora. La segunda: la tendencia electoral en Venezuela se inclina lentamente, pero de modo sostenido, hacia el campo de la oposición. Según Petkoff esa tendencia ya es irreversible. Ahora bien, ambas tesis son irrefutables. El problema, y a ese lado apuntan los pesimistas, es si esas tendencias son suficientes para derrotar a Chávez.
En cualquier caso, aparte de un reducido grupo de super-optimistas quienes opinan que ante la catástrofe generalizada, a la que se suma la enfermedad presidencial, “cualquiera le gana a Chávez”, la verdad es exactamente al revés: Chávez, aún enfermo, “puede ganar a cualquiera”. Eso no significa, por supuesto, que Chávez sea invencible. Significa solamente que se trata de un enemigo muy difícil de derrotar. Esa es la razón por la cual los pesimistas –más allá del control mafioso y fraudulento que ejercerá el gobierno sobre el proceso electoral- piensan que el “factor Chávez” será decisivo. Eso quiere decir que a diferencia de elecciones pasadas, donde actuaban los mediocres candidatos de Chávez, en las elecciones presidenciales el actor principal será el mismo Chávez. Y eso cambia no sólo a las reglas. También cambia el juego.

El “factor Chávez”

Hugo Chávez no es el gobernante más autoritario de nuestro tiempo pero sin duda es el más personalista que ha conocido la historia latinoamericana durante todo el siglo XX y lo que va del XXl en América Latina. Recordemos, para poner un ejemplo, que hasta Perón estaba condicionado por los aparatos sindicales del “justicialismo”. No así Chávez. Entre “el pueblo chavista” y Chávez no hay ninguna mediación.
Chávez, para los suyos, es el pueblo encarnado en el Estado. Chávez es el Partido, el gobierno, el presente y el futuro, incluso la eternidad. Chavez es a la vez la ley. Cada ocurrencia suya, por más estrambótica que sea, se convierte espontáneamente en un decreto, aunque éste no se cumpla jamás. En fin, si hay peronismo sin Perón, no puede haber chavismo sin Chávez. E incluso, si Chávez muere, quienes lo representen en el futuro actuarán como ejecutores de las voces de ultratumba. Lo que quiero decir en fin, es que no estamos frente a un proceso lógico sino ante un fenómeno colectivo donde la magia sustituye a la razón, el significante al significado, el héroe al político y el mito al pensamiento. Chávez y el chavismo, más que un fenómeno sociológico, es uno cultural. Por otra parte, estamos frente a un caso de psicosis colectiva, el que al serlo tal, escapa a todos los pronósticos, encuestas y predicciones.
Quizás quien mejor ha dado en el clavo al caracterizar al gobierno de Chávez ha sido Teodoro Petkoff en un artículo de Tal Cual titulado, “Palabras, palabras, palabras” (rememoración política de la antigua canción de la italiana Mina) Efectivamente, Chávez no gobierna con hechos, solamente con palabras. Peor aún: a sus más devotos fieles no interesan los hechos. No importa que al regresar a sus casas adviertan que ninguna de esas palabras se convierte en materia. Lo que importa son las palabras.
Del mismo modo como los creyentes en la eucaristía escuchan que hay otro mundo donde obtendrán la salvación, quienes siguen a Chávez son transportados, mediante el influjo de las palabras, al futuro, el que para que siga siendo futuro no debe cumplirse jamás. En aras de ese imposible futuro Chávez los seduce y los excita. Pero también los adormece con sus palabras. Chávez es, en fin, el opio de su propio pueblo. ¿Cómo derrotar electoralmente a un hipnotizador de muchedumbres? Menuda pregunta y, sin embargo, aunque parezca sorprendente, afirmo en estas líneas que Chávez no es invencible.
No; no me estoy refiriendo a su enfermedad. Cierto es que Chávez, como el gran político que es, ha politizado al cáncer y a todas sus metástasis. Si ayer Chávez concitaba a multitudes que creían en su inmortalidad, hoy lo siguen porque al morir ofrendará su cuerpo frente al altar de la patria. Mal haría la oposición entonces al seguir el macabro juego del presidente enfermo. Lo mejor, es mi opinión, es ignorar su enfermedad. Y ello por dos razones: Si Chávez va a las elecciones, es porque aún estando enfermo, no se siente enfermo. Esa es su propia decisión, y tiene que correr con todos los riesgos que ello implica. La otra razón es que Chávez no es el único que va a morir. O en otras palabras: el no es propietario de la muerte. A la muerte vamos todos. Diciendo lo mismo con las palabras del gran poeta de la cueca chilena, Roberto Parra: “De este mundo nadie sale vivo”. En ese sentido Chávez carece absolutamente de originalidad.
¿Y si Chávez muere antes o durante las elecciones? Desde el punto de vista político esa pregunta no tiene la menor importancia. La política es una actividad que siempre hemos de conjugar en tiempo presente. Las hipótesis, muy importantes en la filosofía y en la ciencia, no sirven para nada en la política. O mejor dicho: lo que la política no da, la biología no lo presta.
Lo importante por el momento es: Chávez, enfermo o no, tiene todas las de ganar, pero no es invencible. Puede perder; más aún, estoy convencido de que si las cosas se hacen bien, Chávez va a sufrir una gran derrota. ¿De dónde saco éste, para muchos, absurdo convencimiento? Permítaseme responder a esa pregunta con una formulación. Ella dice: “La clave de la derrota de Chávez, o lo que es parecido: el camino hacia la salida del callejón comienza con las primarias que realizará la oposición en Febrero del 2012”. Me siento por supuesto obligado a explicar esa formulación y lo haré de inmediato. 
Primarias
Las primarias son mucho más que un procedimiento técnico para elegir un candidato cuando no hay acuerdos partidarios. Son, antes que nada, la fuente desde donde un candidato adquiere una legitimación popular, una que va mucho más allá de los partidos convocadores. Las primarias, además, tienen la virtud de dar inicio a la lucha electoral entre una parte de los electores. A través de las primarias los candidatos de un bloque se dan a conocer, exponen sus ideas y principios, muestran efectivamente lo que son. En cierto modo las elecciones primarias rebasan las normas de la democracia delegativa y se inscriben en los marcos de la democracia participativa. Distinta, muy distinta es la actitud de los electores cuando saben que el candidato por el cual votarán es de verdad un “elegido”. Por esas mismas razones las primarias poseen un efecto multiplicador.
Si las elecciones primarias son bien realizadas, si la participación es amplia, y si los contrincantes disputan palmo a palmo la victoria, las primarias despiertan un entusiasmo casi deportivo, aún entre quienes – y esto es quizás lo más importante –no participan en ellas. Suele suceder que cuando la lucha en las elecciones primarias se da al rojo vivo, los apáticos y los apolíticos son sacados de su modorra y comienzan a interesarse por uno u otro candidato. Me atrevería a decir que un ganador de primarias tiene ya asegurada una parte del triunfo electoral en la batalla final, sobre todo cuando enfrenta a un adversario –y este es el caso del chavismo- que no realiza primarias. En breve: el ganador de las primarias entrará en la recta final como un candidato consagrado por la voluntad de una parte importante del pueblo político.
Las opiniones aquí vertidas están, por lo demás, apoyadas en experiencias históricas recientes. La más notable fue sin duda la elección de Barack Obama en las vibrantes primarias en las cuales derrotó a Hillary Clinton. Esas primarias fueron las verdaderas elecciones presidenciales de los EE UU. El triunfo de Obama sobre John McCain –un excelente candidato- fue sólo un trámite formal.
Hay además un ejemplo de breve data. El triunfo de Cristina Fernández en las primarias generales (o elecciones presidenciales previas) consagró su permanencia triunfal en la Casa Rosada. Baste sólo recordar que hace menos de un año la presidenta argentina se encontraba en los escalones más bajos de la popularidad. Sin embargo, Cristina Fernandez ha sabido moverse magistralmente en los intrincados laberintos de la política de su país. Pactando con uno o con otro dudoso personaje; neutralizando a aquel otro; cediendo un par de puntos allá; ocupando espacios vacíos, logró una mayoría abrumadora en las primarias presidenciales. Con ese capital electoral en una de sus carísimas carteras, Cristina ha sido reelegida.
Hay también un ejemplo contrario, uno que muestra lo que puede ocurrir con un candidato cuando éste no es legitimado por primarias. Ocurrió en Chile, durante las elecciones que dieron el triunfo a Sebastian Piñera (2010) Recordemos: el clamor por primarias al interior de la Concertación era en ese tiempo muy grande. Sin embargo, los partidos concertacionistas, fieles al estilo autoritario e intransigente que predomina en la política chilena, optaron por llevar como candidato a Eduardo Frei, un político incapaz de entusiasmar hasta a sus más íntimos amigos. La candidatura de Marco Enriquez Ominami, la que según muchos terminó por sepultar a Frei, fue en cierto modo un grito de rebelión en contra de la radical ausencia de democracia interna mostrada por los concertacionistas chilenos.
Son éstas, y quizás otras más, razones por las cuales las primarias de Febrero del 2012 en Venezuela serán decisivas. A través de la lucha que ya libran Pablo Pérez, Henrique Capriles, María Corina Machado, Leopoldo López y Antonio Ledezma, saldrá el nombre del futuro Presidente de Venezuela. Lo digo y lo subscribo. Y, si alguien me lo pidiera, lo firmo.

¿Quién será el candidato elegido por la oposición?
Por supuesto, no voy a hacer ningún pronóstico. Sin embargo, este artículo quedaría trunco si no especificara cuales son algunas condiciones requeridas para alcanzar el rango de candidato de la oposición. Y bien; de acuerdo a diversas evaluaciones recogidas durante mi breve estadía en Venezuela, creo manejar ciertos criterios que permiten, con algunas limitaciones, nombrar las características que deberá poseer el candidato emergente. En ese sentido, cualquiera que sea, la mayoría de las personas consultadas estiman que el candidato de la oposición debe reunir, por lo menos, las siguientes condiciones:
  1. Poseer atributos personales y programáticos para entusiasmar a los indecisos cuyo número, según las encuestas, sigue siendo muy grande.
  2. Proponer una política social que permita horadar hacia el interior del público chavista. Eso significa, a su vez, ser capaz de unir las nociones de la libertad política con las de la justicia social.
  3. Representar un ideal de reconciliación nacional. Esto es muy importante en un país donde la gente lleva doce años peleándose por nada: por una revolución que nunca existió y por un socialismo que jamás ha tenido ni tendrá lugar. Después de esos doce años hay mucho cansancio, incluso hastío. Creo no equivocarme si aseguro que la mayoría de los venezolanos, tanto los de la oposición como los del chavismo, desean, aunque no lo digan, regresar a una cierta normalidad cotidiana: a una donde la política no sea todo ni todo sea política.
No obstante, más allá de la diversidad de opiniones, hay un punto en donde los opositores están de acuerdo. Todos desean que Chávez no se muera. Todos desean que conserve su buena salud. Ninguno quiere derrotar a un muerto ni tampoco a un agonizante. Al contrario: todos quieren derrotar al mejor Chávez posible. Derrotarlo y después pedirle cuentas, como sucede siempre en las democracias después de un cambio de mando. No quieren la ayuda del destino, ni de la biología, ni mucho menos la de la muerte. Quieren ganar en buena lid pues si no ocurre así, eso lo saben muy bien, el chavismo se convertirá en una religión nacional. Y esa, seguro, no sería una religión del amor.
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